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Mostrando entradas de 2012

Es Navidad

Equivocaron los Mayas la profecía sobre el fin del mundo. No acabó este valle de lágrimas en la fecha prevista, entre sunamis, lluvias de meteoritos y otras catástrofes anunciadas. Tal vez, lo que su oráculo detectó y no supo interpretar es que, dos mil doce años más tarde, se repetiría la escena que tuvo lugar en Belén, cuando nació Jesús entre un buey y una mula, por mucho que el iluminado del Vaticano venga ahora a trastocarnos la tradición, en vez de dedicar su supuesta infalibilidad a exterminar pederastas entre sus tropas y aliviar el dolor de los que sufren. Si al niño Jesús no le ha importado que durante este tiempo se le acunara entre animales, dudo que vaya a presentar reclamación alguna a los millones de creyentes de buena fe, que nos negamos a dejar esas figuras en la caja del belén durante todas las navidades. Decía que la escena se repite, fiel a los tiempos del Nazareno recién nacido. Todos somos Jesús, muchos de nosotros obligados a buscar posada, fruto de desahucios 

La biblioteca de la buhardilla I: Ausencia III

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     El niño besó a su padre en la mejilla, mientras buscaba inquieto un parpadeo que le mostrase que la siesta había terminado. Entonces se pondría la gabardina, le cogería su diminuta mano y juntos irían a pasear por los Cantones. ¿Estás dormido? le preguntó susurrándole al oído.  Detrás, en la misma habitación, la familia conversaba sin consideración alguna: chist, ordenó llevándose el índice a los labios, que vais a despertar a papá.     Pedro se quedó esperando, como llevaba haciendo durante varios meses de ausencia de su padre, sentado sobre la alfombra, donde estaba a punto de llegar el tren de las cinco y media: una locomotora negra de cuerda tiraba de cuatro vagones verdes, todos de segunda, renqueante ante la escasez de combustible. Ya quedaba lejana la lluvia que les sorprendió aquella tarde, cuando el otoño había teñido todo de ocres caducifolios que invitaban a la tristeza. Papá, tú también pareces amarillo, le dijo Pedro, mientras le tocaba la cara con sus manitas, cua

El druida errante I: Los colores del otoño de Emmerthal

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Aún no ha amanecido cuando comienzo mi viaje. Uno percibe que es día de fiesta, porque no hay ningún vestigio de la frenética actividad que transcurre por las venas de la ciudad a las siete de la mañana, un día cualquiera. No hace el frío que esperaba: aguarda al alba, pienso. Y es que hoy el sol se hace más de rogar: entre la pereza y la nubosidad que le cobija el sueño, diríase que remolonea tras el horizonte. En el corto viaje en tren, apenas un suspiro, son mis compañeros un matrimonio alemán, a cuya mujer, nerviosa en talla respetable,  podríamos confundir con el revisor, pasillo para arriba, pasillo para abajo; un grupo de jóvenes de aspecto hispano que hablaban en alemán, y una extraña muchacha musulmana, que no acababa de encontrar la postura para acomodarse, acurrucada en su asiento, tapada con su cazadora de piel negra.    La estación de Emmerthal está dentro de la ciudad. Sopla una vivificante brisa del norte que espabila al más pintado, aunque sigo sin sentir frío. A

No dudéis de donde soy

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Vivo lejos del mar que me vio nacer desde los casi 7 años. No pensaba que iba a durar tanto, pero 40 años son muchos, toda una posguerra, para que pasen sin dejar heridas en el alma, allí donde es imposible curarlas. Nunca llegas a ser de ningún sitio. Te falta la luz natal, la única que ilumina la vida del color que te corresponde. Otras, bien te ciegan, bien oscurecen cuanto te rodea. Las sombras se alargan o se acortan, la lluvia no es la misma lluvia, ni los sonidos los de las voces de quienes nacieron donde tú. Y cuando anochece, busco el faro que siempre fue mi norte, la luz de todos los gallegos: la torre, cuna de mis juegos, y orgullo de mi tierra. Hércules no hubiera elegido un símbolo mejor. Siempre me he preguntado si he merecido tal castigo. Si alguien pensó en qué sentiría un niño de 6 años, arrancado de su patria. Desearía embrutecer mi carácter, no sentir nostalgia, ni pasión por la belleza, ni amor por la tierra, ni emocionarme con músicas, letras y retratos.

Inventario uno

        Presentaré el inventario ante los dioses de los caminos recorridos desde la aurora. Con el sol a la espalda, o cegados los ojos por el crepúsculo, áurea es la llama que da luz a la senda.         No alegaré en mi defensa las sombras con las que hombres, por hombres llamarlos, adelantaron la noche al mediodía, pretendiendo que confundiera destinos, o que sobre la húmeda tierra, aturdido, cayera, alargando inconsciente el tiempo de la luna llena.         No me defenderé de yerros propios, ni justificaré los que resultaran ajenos. Llegará mi inventario a manos divinas, sin más letra escrita de que nada escribí que verdad no fuera. Llegué con las manos vacías, y manos vacías devolveré: abrigadas de cansancio y dolor. Hartas ya sin estar hartas de llanos y valles, tentados entre yemas y labios, hasta lo más profundo de donde la vida nace y habla.         Aceptaré ser acusado de la esclavitud de cuanto dije y la libertad de lo que callé. Tanto queda por declamar, por encontrar

En el nombre de los dioses

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    Desde lo más remoto de los tiempos, digamos mejor desde que alguien tuvo la genial idea de inventar un dios y poner en su boca las leyes que por sí mismo no era capaz de imponer, la humanidad cuenta con un extenso catálogo de barbaries cometidas, justificadas por el mandato divino de las deidades fruto de la imaginación del hombre.     Nunca alcanzaremos saber si existe un dios real, por eso se acuñó el término fe, que soluciona el problema de forma rápida. La fe es lícita, aunque pueda adormecer la mente, como sugirió Marx con su ocurrente "La religión es el opio del pueblo". El miedo a la muerte es un alimento voraz para que creencias y convicciones no precisen del comprobante empírico que normalmente exigimos a cualquier conocimiento por insignificante que sea.     Creer no es malo en sí, como mucho, en caso de que ningún dios sea al fin real, nos llevaremos la desilusión de no despertar ante el tribunal que nos habría de juzgar en el Juicio Final. Será un sueño et

Huyendo de los tópicos

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Günter Grass, Premio Nóbel de Literatura. Hoy he encontrado dulzura en el alemán. Tiene su mérito, en verdad, aunque no sea mío, sino de la interlocutora que ha corrido el tupido velo que sólo nos permite oír una lengua agria, seca, cortante, casi desagradable a veces. Y es que cuando a algo, o a alguien, le colgamos un sambenito, teniendo quizás parte de razón, caemos en una generalización que se antoja injusta y exagerada. No cambio a una andaluza hablando ese español susurrante, preñado de gracejo y negros ojos que se clavan en el alma, hiriéndote de voz y mirada para el resto de tu vida. No cambio a la sonrisa palmesana que, en mallorquín, me acarició el oído mientras me contaba nuevas historias de juventud, al son de la marea que iba y venía sobre la playa desierta, a última hora de la tarde. No cambio el deje que llegó de Chile a recordarme que el español también se canta al hablarlo. De la brisa del Pacífico, como las sirenas de Ulises, llegan sones que nos llaman a su

Pastel de Mantequilla con crema de leche

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    A menudo, los más pequeños detalles son los que nos prestan mayores satisfacciones, sobre todo por lo sencillo que puede resultar que formen parte de nuestra cotidianidad, aunque, de la misma manera, sencillamente, pueden pasarse por alto y no disfrutar de ellos como deberíamos.     Es curioso que mi hija Ariadna, en su blog www.lassonrisasnosoncaras.blogspot.com, ha afrontado el mismo tema, aunque desde una perspectiva diferente. Y cuando pensamos en ello, ambos estábamos separados, ella en Hameln y yo en Lüneburg. Quizás es que nuestras preocupaciones son similares, o nuestra forma de ver la realidad. O que desde nuestro prisma de escritores, aficionados pero escritores al fin y al cabo, traspasamos la pantalla de rayos x y vemos más allá del mero paisaje.     En los breves momentos de descanso de los que he disfrutado durante estos días, básicamente en la hora de la comida, tocaba paseo por la pastelería local. Bäckerei, que llaman aquí. Y he recuperado momentos de la niñez,