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Mostrando entradas de marzo, 2014

Zach

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Llegando a los cincuenta, uno corre el riesgo de sentir el vértigo de los años vividos y pensar que lo venidero no será más que una cuesta abajo hacia el final del camino. Qué no seremos mejores de lo que fuimos, o como dicen en mi tierra "xa fun mais do que son", ya fui más de lo que soy, resulta una terrible sentencia del devenir humano. Al pararme a pensar en todo ello, y con la cercanía del medio siglo sucede más a menudo de lo que quisiera, a veces cunde el desánimo al creer que no conseguiré ser mejor padre o marido de lo que hasta ahora he sido. O mejor trabajador de lo que ya fui. O que nunca conseguiré jugar mejor ajedrez de lo jugado. Y aunque los años nos recubren de una aureola de serenidad que nos permite disfrutar plácidamente de lo conseguido y del placer cotidiano de respirar, que no es poco, uno no puede abstraerse de la desilusión de no seguir creciendo como persona. En esas andaba, cuando mi ángel de la guarda me lleva al sitio concreto donde darme una le