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Mostrando entradas de diciembre, 2014

Feliz año nuevo 2015

Había pensado, como cada vez en estas fechas, felicitaros el venidero año nuevo. Siempre, de una manera o de otra, a amigos y conocidos o a los eventuales lectores en general, he guardado la cortesía de escribir unas líneas, más o menos inspiradas, para aunar sentimientos y comenzar el siguiente año con ánimo y esperanza. Y en esas andaba hace unos momentos: no sabía si hablaros del concierto de la Filarmónica de Viena, o de las campanadas desde la Puerta del Sol, o de la excentricidad de la órbita de la luna alrededor de la cabeza de los lunáticos. Buscando inspiración, los auriculares llenaban mis oídos del concierto que el gran Eros Ramazotti dio en Roma hace unos años. Y llegando a mi canción favorita del italiano, Musica é, algo se removió en mis entendederas de forma compulsiva, para llegar a la conclusión más inesperada: no os voy a felicitar. No, definitivamente. Y creo que os hago un favor. Y me lo hago a mi mismo. Lo dejaré para el último día del año. Porque es mañana, 31

La biblioteca de la buhardilla IV: La castañera de Jaume Segarra

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Hay recuerdos que sólo se almacenan en blanco y negro. El tiempo pasa, y la memoria resguarda su espacio rechazando lo menos útil, que muchas veces es el color de la nostalgia. Cuando no coloreamos arbitrariamente las imágenes del pasado, directamente vienen a vernos en infinitos tonos grises, matizados de albar y azabache al gusto o a la necesidad. También puede suceder que la irisación de lo recordado, sea la orden de una fotografía desteñida, casi sepia, notaria de lo que fueron un tiempo y un lugar ya lejanos. Como la niña de la película de Spielberg, yaciendo sobre cadáveres en blanco y negro, vestida con su caperuza roja, el aroma amarronado y cálido de las castañas en pleno mes de enero, sobresale cromado sobre las manos encallecidas que las mareaban en el tambor, aguardando el color perfecto de lo asado con afecto. El cartón paría calor de castañar con que aliviar el frío del invierno. Su carne saciaba el hambre, hija de jaques y mates, tras horas y horas de dura partida,

Confieso que he leído X: El Capitán Alatriste, Pérez-Reverte

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Ni te imaginas la alegría que me dio tu autor cuando te creó. Incondicional entusiasta de las aventuras de capa y espada, me quedó la miel en los labios con la genial "El maestro de esgrima", una de las mejores novelas del último cuarto del siglo XX en castellano. Por suerte, llegaste tú, con tus cuitas con el malvado Malatesta, tu fiel Iñigo y su amada Angélica de Alquezar, el genial Quevedo y otros tantos personajes magistralmente perfilados, en los que cada uno tiene su insustituible papel. Lo he pasado bien leyendo tus aventuras, sobre todo esta primera entrega, y otras más que contaremos en un futuro. Y cada lectura, repetida, me llega con ojos nuevos, como si fuese la primera vez cada una de ellas. La intriga de una lucha a espada y su desenlace, las maquinaciones palaciegas, que nunca sabe uno como van a resultar, la fidelidad de unas amistades que nunca te fallan, aún a riesgo de tener que cruzar hierros en cualquier taberna del Madrid antiguo.       Es en estos

Patio de butacas III: El Dorado, con John Wayne y Robert Mitchum

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En la videoteca de mi hermano, ocupaba el número 2 de las grabadas aún en sistema Beta. Dudo que queden restos de la película en aquella cinta, pues la vi hasta desgastarla. Ahora, por fin, la conseguí en DVD, aquí en las tierras de Alemania, por suerte con el doblaje en castellano. Un delicioso western, con un fino sentido del humor, y una historia de viejas amistades, que llevan a John Wayne, Cole Thorton, a ayudar a un borrachín Robert Mitchum, Sheriff Harrah, en una disputa entre familias por unos terrenos con agua potable para el ganado. El entrañable personaje de Mississipi, encarnado por James Caan, resta mucho dramatismo a la cinta. Es curioso, pero John Wayne ya se apellidó Thornton, una ene más, pero igual pronunciación en la realidad, en otra película: El hombre tranquilo, de la que hablaremos en un futuro.       Esta película demuestra que, cincuenta años después, las buenas historias, bien contadas y bien interpretadas, siguen vivas y aún despiertan nuestro int

La biblioteca de la buhardilla III: Es Navidad.

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             El camión se alejaba renqueante por la calle estrecha en la que había descargado su mercancía, sin que nadie se entretuviera en contemplar la espesa polvareda que levantaba a su paso. Era temprano, recién amanecido el mes de diciembre, frío, húmedo y sin embargo soleado, abrigadas las casas de leña y braseros donde calentar los pies y las almas. Comenzaban a llegar los aromas de la Navidad cercana, cuando la pobreza trata de sacar la cabeza del fondo, aflorando sonrisas y afectos, al tiempo de compartir la humildad de una mesa llena de esfuerzos y escasa de manjares, justos los dulces que llegan apenas a la boca de los más pequeños, triunfantes con el pequeño agasajo del turrón de una tableta repartida entre varias familias del vecindario.             La guerra dejó muertos que ya no sufren, pero aún fueron más los heridos por la posguerra de hambre y casas rotas, de escasez y racionamiento que a duras penas a todos llegaba. En cada familia había un ausente de la Noch