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Mostrando entradas de mayo, 2017

El cortejo de las musas II: Representar los recuerdos.

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A veces un detalle insignificante puede hacernos reflexionar profundamente, o revelarnos una idea que siempre ha estado presente y que, por alguna razón, se escondía en algún rincón de nuestra mente. Eso ocurrió el otro día cuando un simple cartel de una inmobiliaria, anunciando la venta de una vivienda, obró de catalizador de una nueva perspectiva sobre los recuerdos. Antes de volver al dichoso cartel, empezaré por el otro lado de la historia.       Cuando mi madre falleció en 2005, fuimos desmontando lo que había sido su hogar. Y que había sido el mío hasta que me casé. Allí estaban los muebles que vistieron mi niñez y juventud, cuadros que prometían paisajes, adornos sobre los estantes que resumían la vida de toda la familia, libros que siempre esperaron ser leídos, muchos lo fueron. Pero aunque formaban parte de la historia familiar, el hecho de haber convivido con ellos hasta ese 2005 me privaba del paso atrás que precisan los artistas para ver con perspectiva su obra. Rec

Trovadores II: Alumbrando una canción.

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Cuando era crío, pasamos una temporada en casa de unos familiares esperando que nuestra vivienda estuviera terminada. En la habitación en la que dormía, mi prima tenía un póster que decía "Merece la pena vivir". Han pasado más de 40 años de aquello, toda una posguerra diría yo, y aquella frase sigue vigente y actual en mi mente. Mis canciones suelen girar en torno a unos pocos temas: la alegría de vivir, la libertad y los afectos. Casi siempre van unidos, de la mano, no entiendo el amor sin libertad, ni la libertad sin el amor a la vida. El amor lo envuelve todo: tu pareja, tus hijos, tu familia, tus amigos, la tierra, la patria, grande o chica, que cada uno la entienda como quiera. Hace ya mucho tiempo que escribí una canción sobre mi visión particular de la vida, esa lucha que siempre he mantenido conmigo mismo por conservar el optimismo, por no perder esa dosis de inocencia y niñez que todos deberíamos mantener, por saber descubrir la magia de las pequeñas cosas

La biblioteca de la buhardilla X: Ella.

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       Aquel día aguardé el anochecer sentado en la playa. El murmullo del mar escondía los ruidos de la ciudad a mis espaldas. Cerca de la medianoche comenzaría la marcha que nos llevaría hasta el monasterio de Lluc. Había quedado con mis amigos en la salida, en el centro de Palma, poco antes de las doce. La espuma del oleaje se acercaba a mis pies descalzos cada vez con más ímpetu, pero aquel era un crepúsculo de agosto muy caluroso y las idas y venidas del mar no significaban ninguna amenaza.       Encaramos los cincuenta kilómetros de caminata con jovial optimismo. Pasaríamos por pueblos y aldeas que nos ofrecerían bizcochos, empanadas, refrescos, vino y licores. Sobre todo vino y licores. Una multitud encaró la salida de la ciudad. Cientos de personas formábamos un pelotón alegre y cantarín. El cansancio llegaría después. Los primeros kilómetros fueron separándonos los unos de los otros. Fuera de las ciudades, reconocíamos las siluetas de quienes nos precedían ayudados por la

Trovadores I: Escribiendo canciones.

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        Si tuviera que recordar la primera vez que comencé a escribir, no sabría dar con la respuesta correcta. Ya de crío quería escribir los más hermosos cuentos de hadas, que ya estaban escritos, claro. En la pubertad intenté contar las historias de una banda de mocosos con aires de adulto, que resultaron estar ya publicadas por Enid Blyton. Así hasta que ya en la juventud, fui encontrando cosas originales para contar. Pero como decía, uno no sabe bien cómo comenzó todo.        En cambio, el escribir canciones sí que tiene un inicio concreto y justificado. Aquello ocurrió ya en el Instituto, en 1º de BUP. En las excursiones, recreos y demás reuniones espontáneas de la clase, había un compañero que amenizaba al personal con su guitarra, cantando canciones de Tequila y, sobre todo, de Los Pecos. Carlos se llamaba aquel trovador.       Llegué a odiar a los Pecos, y a Carlos. Y a su guitarra. Y no sólo yo, casi toda la parte masculina de la clase que, con cara de circunstancias, le