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Mostrando entradas de 2018

La biblioteca de la buhardilla XII: El villancico.

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El niño quería hacerse invisible sentado en su pupitre. Escuchaba a sus compañeros cantar villancicos al lado de la mesa del profesor, y rogaba al Niño aquel que nadie sabía de quién era que no le hiciesen cantar a él. Juanjo, Miguel, Lucía, Campana sobre campana, los Peces en el río, la Marimorena. Unas veces coreados por palmas, otras por risas burlonas. ¿Se reirían de mí? pensaba.     Era el nuevo de la clase, de apellido impronunciable, con notas de empollón y hechuras de no serlo. Aquel día era el último antes de las vacaciones de Navidad. Por la ventana del aula, el niño veía la ventana de su casa, donde a veces se asomaba su madre, sacudiendo las alfombras, o charlando a gritos con alguna vecina.       - ¿Quién va a cantar ahora? - preguntó el profesor.     Las cabezas de todos comenzaron a girarse como periscopios en alta mar buscando al enemigo. El ángel del Señor debió de iluminar la sala, porque casi todos señalaron en la misma dirección.      - Vieito.      - Sí

Trovadores III: Benditas feridas, Rosa Cedrón.

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Cada vez resulta más difícil encontrar el asombro en lo que nos rodea. Todo se va cubriendo de una aureola de cotidianidad, de habitual, de más de lo mismo que te hace entornar los ojos y perderte gran parte de la luz que en realidad proyecta. Las emociones, casi siempre, llegan de los recuerdos: aromas que acercan el pasado, sones que nos transportan a momentos entrañables, lágrimas que afloran ante unos versos repetidos tantas veces que parecen formar parte de nuestro propio vocabulario. Y podríamos creer que con los años uno acaba viviendo en un desierto sin más adornos que aquellos que trajimos con nosotros desde el ayer, que en el resto del camino no nos sorprenderá ningún oasis en el que saciar la sed. Pero existen. La sensibilidad se da la mano con el talento de quienes son capaces de despertar nuestras emociones. Y como en las pócimas que preparaban los druidas que vivían en los bosques de mis ancestros celtas, alguien mezcla los ingredientes precisos para que se dé la magi

Cuaderno de bitácora I: Ellos y el mambo.

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 a mis amigos Isabel y Octavio. 07-09-2018 Hoy no calla con el mambo.  Que si ritmos africanos por aquí, que si mambo por allí. Es como la tierra más fértil que puedas imaginar, saca partido de la semilla más insignificante. Vive en el silencio de cuanto lee y los sonidos de lo que escribe y dice. Como las hadas buenas, reparte polvo de hadas cuando la ocasión lo requiere, o te muestra el camino hacia la segunda estrella a la derecha, donde viven los sueños. Esa segunda estrella a la derecha que una amiga dijo desconocer, y desde entonces no volví a mirarla igual. A mi amiga. Y se llamaba también Isabel, como nuestra reina del mambo. O de los ritmos africanos. También es casualidad que los mencionara hoy, que me he encontrado con Romaric, mi amigo de Costa de Marfil,  por las calles de Hameln, con su mp3 a todo lo que daba el volumen, esparciendo ritmos africanos por las siempre aburridas calles alemanas.     Pero ella no calla con el mambo. Pérez Prado en primera líne

Cuaderno de bitácora 0: Zarpamos.

Cuaderno de Bitácora es un nuevo título de nuestro blog. En él os mostraré alguno de los textos que diariamente, o casi diariamente, escribo en mi cuaderno real. Suelo guardarlos sólo para mí, pero a veces, y sólo algunas veces, quedan textos que pienso que merece la pena mostrar, porque han surgido pensamientos interesantes, o porque el papel y el bolígrafo han coincidido en un momento de especial plenitud. O porque hay alguien detrás de esa historia o reflexión, y quiero que sepan de ella. Espero que os guste.

Confieso que he leído XIX: El silencio y el mar, Enrique Botella.

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No suelen ser muchas las oportunidades que tenemos de leer la primera obra publicada por una editorial. Pero hemos sido afortunados, porque el nuevo sello "Editorial Mankell" no podía haberse presentado con una obra mejor que la novela de Enrique Botella "El silencio y el mar". Ambientada en los años de la Guerra Civil y de la dictadura posterior, el momento cumbre elegido por Botella es el bombardeo del Mercado de Abastos de Alicante, donde sucederá uno de los giros fundamentales de la novela. Todo escritor lleva dentro una parte de novelista y otra de contador de historias. Puede parecer lo mismo, pero yo suelo diferenciarlos a menudo. Me confieso un enamorado de los contadores de historias, que son aquellos que centran sus esfuerzos en transmitirnos lo que quieren mostrar y contar, por encima de la forma concreta de hacerlo, es decir,  del estilo y de la voz literaria. Pues Enrique Botella es un buen novelista, pero es sobre todo un increíble contador de hi

Confieso que he leído XVIII: La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro.

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Como siempre que una novela es alabada por la multitud, me resistí a leerte. Pasó con El Médico, con Los pilares de la tierra y con otras tantas que aún quedan por leer. Este verano corregí mi error. Y doy gracias a los dioses por haberlo hecho. Me he encontrado una novela irrepetible, magistral, donde prácticamente con un solo personaje José Luis Sampedro nos trae y nos lleva del pasado al presente y viceversa, de la vida rústica y a pie de calle de hace años, a la indiferencia urbana de hoy en día. Aunque nos deja abierta la puerta a que, a pesar de esta vida actual, individualista y efímera, queden resquicios para las relaciones humanas sinceras y profundas. El protagonista, un hombre anciano, apartado de su vida rural, que vive sus últimos meses en Milán con su hijo, su nuera y, sobre todo, su nieto, un personaje casi mudo pero imprescindible, encuentra pequeños oasis de vida auténtica en todo ese mundo tan falso e hipócrita de las grandes ciudades. El autor se teje una nov

El cortejo de las musas IV: La perspectiva del pintor.

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Dicen que uno de los mayores problemas con el que se encontraban los pintores del Antiguo Egipto al decorar los hipogeos, era lo estrecho de las estancias, que les impedía dar un paso atrás para ver el efecto de la obra. Yo he dado un paso atrás. No para ver mi obra, que no tengo, simplemente cuento historias. Tampoco para descubrir si realmente me gusta escribir, ni si me hace feliz despertar emociones a mis lectores imaginarios. (El lector nunca existe, es un ente irreal: nadie lee o debería leer delante del autor) No se trata de nada de eso. He dado ese paso para preguntarle a la hoja en blanco si me quiere. Si me lo va a poner difícil. Si me lo va a seguir poniendo cada vez más difícil, mejor dicho. He arrastrado los pies para ver mis huellas, y comprobar si en realidad dejan la pisada que quiero dejar. Si esa hoja no está mejor virgen que escrita. Todo eso transcurre por mi mente, mientras me resisto a decidir qué hacer con el pincel que aguarda rematar el fresco en la pared