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Mostrando entradas de junio, 2020

Cuaderno de bitácora VII: El valor de una homilía.

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     Mamá la recordó hasta los últimos días de su vida. Solía preguntarme de vez en cuando si recordaba aquella homilía del Padre Alfonso. Ella sabía que sí, pero las palabras inspiradas del sacerdote eran un vínculo entre madre e hijo que perduró hasta su muerte. Y aún ahora, quince años después de dejarnos, no puedo evitar el recordar al mismo tiempo aquel sermón y la admiración emocionada de mi madre.     Era el año 1974, o quizás 1975. Yo estudiaba en el Colegio San Antonio de los Padres Franciscanos. La iglesia era nuestra parroquia desde que llegamos al barrio, aledaña al colegio donde fui bien tratado por primera vez en mi vida escolar. La señorita Isabel y Don Alfredo viven en mi memoria y en mi corazón, abrazados a mi agradecimiento eterno. Un domingo, como todos los domingos, fuimos a misa. No recuerdo si de once o de doce, pero la hora no importa: lo trascendente es que hay un antes y un después de aquella celebración. Al llegar a la homilía, las primeras palabras del

Cuaderno de bitácora VI: Obituario, Carlos Ruiz Zafón (1964-2020)

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    Sé donde está. El Cementerio, me refiero, de los Libros Olvidados. Aquel amanecer seguí a Daniel y a su padre por las calles de una Barcelona bajo cielos de ceniza y un sol de vapor. No me vieron, pero llegué con ellos a aquel lugar mágico, al que entré de tapadillo sin que Isaac, el portero, me viera escabullirme entre los pasillos de aquella misteriosa biblioteca.     Vi al niño escoger "La sombra del viento" de Julián Carax, esa novela que se titula igual que la tuya, como una premonición de lo que tú ibas a escribir. Salió entusiasmado del descubrimiento, y de haber adoptado un libro que parecía haberle llamado desde lo más profundo de las estanterías.     Sé donde está. El Cementerio, sí, y voy a montar guardia, cada momento, cada día, siempre, mientras me quede memoria de lo leído. Como una aduana, preguntaré a cada uno que se llegue al cementerio qué libro viene a depositar allí como olvidado.     - La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón - me dirá algun

Península poesía V: Negra sombra, Rosalía de Castro.

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    En los días de La Coruña, donde nací y viví hasta los 6 años, mis tías me regalaron un disco de folclore de mi tierra. El disco, como veis en la foto, se titulaba Airiños da miña terra. Una de las canciones gustaba mucho en casa, Negra Sombra, tema que luego Luz Casal llevaría por toda España.  Hasta hace poco no caí en la cuenta de que la letra de esa canción fue, seguramente, el primer poema que escuché en mi vida. No sabía que la letra era una poesía y menos que la hubiese escrito Rosalía de Castro, a la que no tenía el gusto de conocer, eso llegaría más tarde.    Somos muchos los que consideramos esta canción el himno popular de nuestra tierra; nos evoca los montes verdes y ocres donde viven los duendes,  al mar rompiendo contra la costa a la busca de valientes que se quieran ir con él, a los faros alumbrando la noche, barriendo la bruma en la que se ocultan las bruxas que inventan conxuros. Cando penso que te fuches, negra sombra que me asombras, ó pe dos meus cab

Confieso que he leído XXI: La corresponsal (Oriana Fallaci), Cristina de Stefano.

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Después de tantos años tras su fallecimiento, tenía un poco olvidada a mi admirada Oriana Fallaci. El descubrimiento reciente de su biografía (no sabía que se había publicado en 2015) ha vuelto a acercarme a una mujer, valiente, polémica y pasional, que despertó en mí, hace ya mucho tiempo, una gran admiración que perdura hasta el día de hoy. La biografía es un tratado de buen gusto, de no hacerse notar, de ceder absolutamente el protagonismo al biografiado, y contar lo que hay que contar sin alardes literarios, sin florituras innecesarias que desvíen la atención del contenido al continente. Bravo por Cristina de Stefano por un trabajo honesto muy bien realizado. Pero sí la autora cede el protagonismo a Oriana, no voy yo a contradecirla ahora, y quisiera contar como me enamoré de la periodista italiana.      Corrían los tiempos del instituto. Yo solía, de vez en cuando, a la salida de clase, pasar por la librería de la familia Antón, enfrente del Casino de Novelda. El pobre hom