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Mostrando entradas de julio, 2020

Trovadores V: Puente sobre aguas turbulentas, Simon y Garfunkel.

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    Cuando llegaron a mí sus primeras notas, ellos ya se habían separado. La radio, a veces, nos devolvía sus voces, canciones que no me pertenecían, robadas a los sueños de la generación que me precedió y que convirtió cada estribillo en un himno. Los sonidos del silencio sonaba a menudo en la radio, en versiones propias o ajenas, y las imágenes que evocaba las habitaban jóvenes de pelo largo, anchas ropas y cintas en el pelo, que creían en el amor libre y en un movimiento hippie que hacía años que había desaparecido. Todo ello revestía de una aureola de misticismo a las canciones de este dúo desigual: un compositor genial y un cantante imposible de imitar.     No era tan fácil encontrar discos en aquellos tiempos, a punto de terminar los años setenta. Quisieron los dioses que, en mi cumpleaños, mi hermano me regalara "Puente sobre aguas turbulentas". La verdad es que lo primero que me llamó la atención del disco fue que el título estaba escrito con letras paridas con l

Cuaderno de bitácora IX: Obituario, Juan Marsé (1933-2020)

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¿Quién soy yo para hablar de ti? Ni siquiera estoy seguro de que merezca leerte, porque he llegado tarde, muy tarde. Prejuicios heredados de los que no supe zafarme a tiempo y que ahora, hace poco, me obligaron a buscarte de repente, a borbotones, a leer tus novelas sin medida ni comedimiento para ponerme al día. Pero no he llegado, te has marchado sin que mi lectura completara tu obra. Malditas bragas. Sí, las de oro, las de aquella muchacha que te llevó al Planeta, ese premio que mi madre regalaba por navidades a mis hermanos. Ese año no. Le molestaba que el título hablara de bragas, y te hizo la cruz. Y te la hice yo, que tenía apenas 13 años y mis lecturas no pasaban entonces de Enid Blyton, Julio Verne y Vázquez-Figueroa. Sin saber de ti, sin haberte leído, heredé la distancia de mi madre hacia tus novelas.     He tardado cuarenta años en abrir tus páginas, toda una posguerra. Si me escuchas desde algún sitio donde vayáis los genios al morir, perdóname Marsé. Aún no he leído la

La biblioteca de la buhardilla XIII: Hoy vendrá a por mí.

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Irene corría escaleras arriba cada tarde, al regresar de la escuela, a buscar a su bisabuelo quien, postrado en su cama, le contaba historias, como en un susurro, sobre tesoros que estaban escondidos en los alrededores del pueblo .   Aquella tarde, Mario estaba un poco nervioso. Le contó una historia repetida con inusual rapidez y le preguntaba constantemente   por el día en que estaban. -   ¿Qué día es hoy? -   Jueves, abuelo. Desde su catre trataba de girar la cabeza para ver a través del ventanal. Una rendija, apenas, le decía   que aún era de día: el sol primaveral, envalentonado tras los rigores de los rayos tenues del invierno, alargaba las horas de luz. -   Hoy va a venir por mí, dijo a la niña. -   ¿Quién? -   Jesús, respondió. Irene lo miraba extrañada. A sus pocos años no comprendía aquellas palabras. Su madre sí. Desde el quicio de la puerta escuchó   la sentencia del abuelo, recorriéndole un estertor que la inquietó. -   Qué tonterías dice -protestó entr

Cuaderno de bitácora VIII: Merlín ha vuelto.

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    Lo escuché antes de verlo. Era el sonido de una flauta que adornaba de sones el paseo por el casco antiguo de Hamelín. Su música te invitaba a caminar despacio, susurrando los pasos, evitando los ruidos que te distrajeran de su voz. Lo vi, frente a la casa de bodas, recortado contra la fachada a sus espaldas, de pie, dignamente plantado, vestido con su túnica inconfundible, su melena y su larga barba, blancas como las nubes que prometen lluvia, con un pequeño cáliz de metal delante de él aguardando el agradecimiento de los mortales. Era Merlín. Y me acerqué. Estuve un rato mirando al primer mago de mi memoria, aquel que convirtió a Grillo, Arturo, en pez, en ardilla, en pájaro, y al que tantas veces pedí prodigios parecidos. Nunca salió de las páginas de aquel cuento o del pasar y pasar fotogramas por la pantalla del cine o la televisión.     Estaba allí. Pero ya no es el Merlín del cuento infantil: es el druida del bosque donde escribo mis fantasías, el dueño del claro rodeado d