En el nombre de los dioses

Desde lo más remoto de los tiempos, digamos mejor desde que alguien tuvo la genial idea de inventar un dios y poner en su boca las leyes que por sí mismo no era capaz de imponer, la humanidad cuenta con un extenso catálogo de barbaries cometidas, justificadas por el mandato divino de las deidades fruto de la imaginación del hombre. Nunca alcanzaremos saber si existe un dios real, por eso se acuñó el término fe, que soluciona el problema de forma rápida. La fe es lícita, aunque pueda adormecer la mente, como sugirió Marx con su ocurrente "La religión es el opio del pueblo". El miedo a la muerte es un alimento voraz para que creencias y convicciones no precisen del comprobante empírico que normalmente exigimos a cualquier conocimiento por insignificante que sea. Creer no es malo en sí, como mucho, en caso de que ningún dios sea al fin real, nos llevaremos la desilusión de no despertar ante el tribunal que nos habría de juzgar en el Juicio Fina...