La biblioteca de la buhardilla I: Ausencia III

El niño besó a su padre en la mejilla, mientras buscaba inquieto un parpadeo que le mostrase que la siesta había terminado. Entonces se pondría la gabardina, le cogería su diminuta mano y juntos irían a pasear por los Cantones. ¿Estás dormido? le preguntó susurrándole al oído. Detrás, en la misma habitación, la familia conversaba sin consideración alguna: chist, ordenó llevándose el índice a los labios, que vais a despertar a papá. Pedro se quedó esperando, como llevaba haciendo durante varios meses de ausencia de su padre, sentado sobre la alfombra, donde estaba a punto de llegar el tren de las cinco y media: una locomotora negra de cuerda tiraba de cuatro vagones verdes, todos de segunda, renqueante ante la escasez de combustible. Ya quedaba lejana la lluvia que les sorprendió aquella tarde, cuando el otoño había teñido todo de ocres caducifolios que invitaban a la tristeza. Papá, tú también pareces amarillo, le dijo Pedro, mientras le tocaba...