Patio de butacas II: La Misión

Primero fue el disco. No sé porqué, aquella portada con un crucificado volando a ras de la cascada me sedujo inmediatamente. De vinilo todavía, corría el año 88 y ambos soportes convivían al tiempo, ocupó todo mi descanso entre la jornada de trabajo matinal y la vespertina. Casi tres horas en las que le di varias veces la vuelta, regresando la aguja al corte donde Dios, porque no podía ser más que Dios, tocaba el oboe bajo el seudónimo de Gabriel. Si, ya sé, en la portada lo dice bien claro: Música de Ennio Morricone, pero los dioses siempre se han servido de los hombres para enmascarar su obra. Y ésta lo es. La tecnología no era la de hoy en día, y tardé un par de años en poder ver la película. Ni la detestable saña con la que guionistas y director tratan a los españoles de la época, pudo empañar la tremenda impresión emocional que me dejó vulnerables los sentimientos. La balanza entre el bien y el mal, la suave línea que los separa, o los une, vaya usted a saber, flota durante to...