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Cuaderno de bitácora XVIII: Ojos.

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     No recuerdo cómo se llamaba. Teníamos quince años, como en la canción de Serrat, y cogíamos cada tarde el mismo autobús a las puertas del Instituto. Hablábamos. Casi siempre de su miedo a que sus ojos quedaran tristes, de aquellas palabras del médico que se le clavaron como dardos que dan en el blanco. Prefiero perder vista que mirada, decía una y otra vez, intentando convencerse del absurdo. Yo la creía.      No recuerdo cómo se llamaba. Enredaba el miedo a la tristeza en los rizos de su cabello. No sé qué habrá sido de su mirada, si se entristeció, si la conserva intacta, si fijó sus ojos en alguien algún día.      No, no recuerdo su nombre, sólo que vivía en la calle Jaume Segarra, apenas a una esquina de mí. Muy lejos, en realidad. Desde mi balcón no podía saber si languidecían sus ojos. Ella, cada tarde, los escondía tras unas gafas de sol, incluso en las oscuras tardes de invierno. ¿Los escondes por algo? Por si acaso, contestaba. ...