Cuaderno de bitácora XIX: Iván Klánsky (y Carlos Santo) en Novelda.

   El piano nos miraba desde el centro de la sala, como una brújula que no señalara siempre al norte. Sus notas eran su aguja magnética que giraban y giraban incansables sobre nuestras cabezas, sin importarle en qué punto cardinal estuviéramos sentados.

    Se vistió la sala de silencio, aguardando las manos que comenzaran el concierto. Aplausos agradecidos por lo que vamos a escuchar, como una promesa de la belleza que se avecina. Sin más pausas que las que ordena el pentagrama que sólo existe en la mente del pianista, Bach es el prólogo y Schubert, a cuatro manos, dos pianistas, el camino hacia el descanso, necesario para darnos cuenta de lo ocurrido.

     Desde todas las latitudes y longitudes del pianista, surgen murmullos de admiración; en las tertulias bajo la llovizna que baldea el patio, se habla del asombro, de la maravilla, de lo afortunados que hemos sido por venir. Y nos felicitamos porque aún quedan vueltas que dar a ese globo imaginario que gira en torno a un instrumento que el artista maneja como pocos.

    Sentados de nuevo en los meridianos y paralelos, nos puede la inquietud ante el Claro de Luna que nos aguarda. Iván Klánsky interpreta el amor perdido de Beethoven: el primer movimiento, la tristeza de quien ha perdido a su amada, preludia la calma del segundo, consolado el autor por una esperanza que no es tal. Toda la rabia y el dolor explotan en el tercer acto, que nos conmueve como si Beethoven fuese amigo nuestro. El desamor convertido en belleza sublime.

     En la sala, hubo quien cerró los ojos para que los sentidos no se estorbaran; o aquellos que entornaron los oídos para escuchar mejor. He visto a una mujer llorar al noroeste del piano, inconsolable, enjugándose las lágrimas mientras rogaba por ese amor perdido.

    Jánacek y Chopin nos consuelan del Claro de Luna que no podremos olvidar. Aplausos, más aplausos, y el artista nos brinda dos obras para aliviarnos del drama en el que nos había sumido, y recordarnos que la música no siempre nace de la tristeza.

(Maravilloso concierto que Iván Klánsky y Carlos Santo nos regalaron el pasado sábado 22 de febrero)

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