Confieso que he leído XX: Leo y las estrellas, Belén Cantó.
Me trae hasta aquí "Leo y las estrellas" un pequeño cuento de Belén Cantó. Leo, su protagonista -o quizás lo sean las estrellas, quién sabe- es diferente y nadie quiere que lo sea. No juega a lo que todos esperan que juegue. No desea los mismos regalos, ni los mismos juguetes que los demás. Son diferentes sus hábitos, sus costumbres.
Leo es uno y no todos. Es él y no ellos. Y no está solo, pero no lo sabe, no se lo dicen; quizás quienes le rodean no conocen a nadie como Leo y le hacen sentir raro, extraño, distinto -en el mal sentido de la palabra- sin darse cuenta de que esa diferencia -esta vez en el bueno- es parte de su belleza. De la nuestra: Ninguno somos iguales, aunque quieran obligarnos a serlo.
"Lo querían matar, los iguales,
porque era distinto..."
escribió Juan Ramón Jiménez, cargado de razones que ahora comparte Belén. Él hablaba a los adultos. Ella, a todos; también en eso quiere ser distinta. Y lo es porque nos cuenta la historia de Leo con esa difícil belleza que surge de la sencillez de las palabras tejidas con esmero. Sin hacerse notar, dejando que la historia cobre la importancia que ella se quita a sí misma -la tiene, vaya si la tiene-. Y nos escribe a todos, a niños, destinatarios del cuento, también a los adultos, víctimas de la diferencia que nos asusta.
Y nos creemos a Leo gracias a unas ilustraciones que nos devuelven a la niñez, a los mayores, y nos invitan a imaginar, a los niños. Cristina Vaello, su ilustradora, también tiene mucho de distinta.
No desvelaré el desenlace. De hecho, no sabría deciros si la última página no es, tal vez, un inicio, un comienzo, un despertar. Algo distinto, como Leo. Como Belén. Bendita diferencia.
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