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Mostrando entradas de 2022

La biblioteca de la buhardilla XIV: La tienda de juguetes (Feliz Navidad 2022)

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   El hombre trataba de mirar a través del escaparate por las rendijas que quedaban entre los grandes pliegos de papel de envolver que, como tupidas cortinas, cerraban los ventanales a la curiosidad. Dibujaba con su aliento, con el lápiz de vapor visible en el frío de la noche decembrina, el camino de su inquietud rebuscando entre los resquicios del empapelado. Dejaba en el cristal las huellas de sus dedos declarándose culpable de buscar quién sabe qué, cada última quincena de diciembre, todas las noches, hasta que las campanas de la parroquia llamaban a la Misa del Gallo. Entonces, el viejo se marchaba y no se le volvía a ver hasta el último domingo de Adviento del año siguiente, en el que repetía su ceremonioso ir y venir por los escaparates abandonados de la vieja tienda de juguetes de la calle Hernán Cortés.       ―¿Ya está otra vez este pesado aquí? ―gritó alguien desde una ventana, gesticulando como si dirigiese una orquesta sinfónica en pleno in crescendo .       El viej

Cuaderno de bitácora XII: Pepe "el Carbonero"

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    Le recuerdo, no al modo que Victor Jara nos hablaba de Amanda, pero le recuerdo, sobre todo en cada canción que él me enseñó a apreciar, en cada rincón de aquellas letras tan hermosas que corrían el riesgo de pasar desapercibidas por los oídos del joven impetuoso que yo era.      Lo que aprendí de él no aparece en ningún boletín de escuela, ni en diplomas colgados en la pared, pero eso, lo aprendido, va siempre conmigo y cobra forma cada vez que vuelven esas viejas canciones sobre las que Pepe impartía sus maravillosas lecciones. Hay muchos momentos irrepetibles a su lado, que bien podrían llevar por título el nombre del cantante o el estribillo de la canción de los que siempre tenía algo que contar: Serrat y sus Paraules de amor o su Drapaire ; María del Mar Bonet y su dulce manera de cantar el mallorquín; Violeta Parra dando Gracias a la vida  para luego llegar al Maldigo del alto cielo ; Cholo Aguirre y los Ríos, rebelde y manso, o el Indio pequeño de los ojos grandes. Eran tan

Cuaderno de bitácora XI: Leche caliente

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    El otro día olí la leche caliente de mi niñez. Volvió a mí al abrir un paquete. Estaba fría, pero el aroma me llevó hasta el cazo de mi tía Josefina, en su casa del Carril, la calle de la familia, que vertía leche casi hirviendo sobre mi taza, donde la aguardaban trozos de pan con la promesa de convertirse en sopas para la merienda, repartiendo el perfume de la leche caliente por toda la sala, tan intenso, que traspasó cincuenta años para llegarme hasta aquí, hasta ahora.     Si los olores son el mayor catalizador de la memoria, a mí me regaló la escena completa aquel aroma a hervor que me obligó a cerrar los ojos mientras mi tía me servía: Y vi la gran mesa de comedor, de mármol negro; la chimenea, siempre apagada, que presidía el salón; la puerta de la cocina, abierta, que dejaba ver el escaso espacio que quedaba en su interior para las tareas; el calor del brasero, removidas las brasas de cuando en cuando para alimentarlas de oxígeno como a mí de sopas; al fondo, enfrente, la es

El cortejo de las musas VIII: El nicho, comentado.

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Hace unos días, en la sección de "Cuentos del diccionario", publicaba un cuento sobre un hombre que compraba un nicho. Lo podéis encontrar sin anotaciones en este vínculo  El nicho Se me ha ocurrido que podría interesar a alguno de vosotros que explicara el porqué de las situaciones que aparecen en el cuento. A mí me sirve de ejercicio y a vosotros tal vez os pueda resultar curioso u os permita una relectura distinta del relato. En rojo remarco los fragmentos que comento y en morado mis comentarios a ese remarque. _________________ EL NICHO, comentado __________________ Entró al cementerio como quien entra en un centro comercial; buscó al camposantero y le preguntó por los columbarios nuevos que habían levantado hacía solo unas semanas.  -Están en la zona sur, por la calle de los Santos Arcángeles, todo recto -le indicó. -Pero ¿no me acompaña? -interrogó el visitante, extrañado. -¿Tiene miedo a perderse? -respondió el interpelado con sorna. -¡Hombre! Quiero comprar un

Cuentos del diccionario II: El nicho

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Entró al cementerio como quien entra en un centro comercial; buscó al camposantero y le preguntó por los columbarios nuevos que habían levantado hacía solo unas semanas. -Están en la zona sur, por la calle de los Santos Arcángeles, todo recto -le indicó. -Pero ¿no me acompaña? -interrogó el visitante, extrañado. -¿Tiene miedo a perderse? -respondió el interpelado con sorna. -¡Hombre! Quiero comprar un nicho. Alguien me tendrá que atender, digo yo. -Eso es que me ha visto usted cara de cajero del Mercadona ¿no? Pues solo me faltaría que me endilgaran también ese trabajo. Escoja uno, anote el número de nicho y diríjase a las oficinas del tanatorio. El visitante se fue camino de la zona nueva visiblemente molesto por lo que consideraba una atención desastrosa. Llegó a un lugar más espacioso que la zona antigua y se encontró con tres columbarios formando una especie de herradura pero con sus ángulos rectos, cada uno de ellos de unos veinte o treinta metros de largo

Cuentos del diccionario I: El pastor

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     Anselmo no esperaba aquella nevada a las puertas de la primavera. Estaban los días anunciando su llegada, con los almendros en flor, los aromas llenando el prado con el polen divisado al trasluz y las abejas comenzando a ir y venir entre flores que buscaban descendencia y panales donde amasar la miel. No, no pensó que a esas alturas fuese a encontrarse el corral inaccesible, abrigado por un manto blanco, uniforme, que, como por arte de magia, también blanca, solo se había formado en la parte baja de la ladera, donde se levantaba su granja. El prado alto, donde pastoreaba sus ovejas, lucía verde y brillante en aquel amanecer extraño, bajo un cielo despejado de unas nubes que debieron salir huyendo tras su fechoría de la madrugada.      Espaló la nieve que asediaba el corral, dejando un camino de hierba húmeda que llegaba hasta la valla que rodeaba sus terrenos; a partir de ahí, la poca nieve que llegó a cuajar no impediría la marcha del rebaño.     La mañana era fresca y, aunque el

Cuentos del diccionario 0: Presentación.

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    Esta nueva sección de nuestro blog está dedicada a un ejercicio literario que realizo de vez en cuando y que quiero compartir con vosotros. Como ya conté en otra entrada   http://cronicasdebroceliande.blogspot.com/2017/10/leer-para-escribir-iv-isabel-hernandez.html ,  mi querida profesora de 3º de EGB me inculcó el hábito de escribir en una libreta -hoy utilizo fichas- las palabras que no entendiese junto con su significado, tras buscarlo en el diccionario.      Con los años, amplié el hábito a escoger unas cuantas de esas fichas de palabras que había aprendido para escribir un relato con ellas. Sin ambiciones literarias, simplemente por el placer de escribir: eso que algunos le han dado el feo nombre de escritura automática. No, no es automática, pero seguro que me entendéis.      De esto se trata, de presentaros lo que vaya escribiendo de esta manera, compartiendo esas palabras, antes desconocidas, que quizás también lo sean para vosotros. Si sois aficionados a los crucigramas, s

Cuaderno de bitácora X: Obituario, Juan Diego (1942-2022).

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    Era el último día de la Feria del Libro de 2006 en Alicante. Ya era la hora de cerrar y recogíamos los libros de las estanterías en cajas mientras los del mostrador que nos unía a la Explanada permanecían de guardia por si aparecía algún cliente inesperado. Y no, no nos lo esperábamos: un hombre de mediana edad, bien parecido, ojeaba alguna novela. Compró dos o tres, no lo recuerdo. Lo que no olvidaré es la pregunta que le hice: ¿Por qué un actor como tú hace un papel como el del comisario de Los hombres de Paco? Por que tengo que comer, me contestó con una sonrisa, ladeada y socarrona como el Clark Gable de los Fantasmas del Roxy de Serrat. En aquellos días estaba rodando "El camino de los ingleses" en la Ciudad de la Luz de Alicante. No, no nos hicimos un selfie, ni le pedimos un autógrafo, que de alguna manera obtuvimos porque firmó el recibo del pago con tarjeta, qué cosas. Juan Diego se nos ha ido. Lo manido sería decir que nos quedan sus películas, pero no, yo

Confieso que he leído XXV: La ciudad sobre la luna, Nerea Riesco.

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    He de reconocer que me he sentido como Dennis Finch-Hatton y Berkeley Cole en esa escena de Memorias de África en la que Karen Blyxen, tras la cena, inventa una historia para sus amigos. Ella les pide un inicio al que cogerse para continuar. A partir de ahí, la atmósfera que su anfitriona consigue crear les absorbe, la narración les transporta a otro mundo en el que tienen la impresión de vivir las aventuras que ella les propone. Al día siguiente, Hatton le regala una estilográfica a su amiga para que escriba esas historias.      Pues algo así me ha pasado con esta novela de Nerea Riesco. No he tenido que proponerle ningún inicio, ni ella nos ha invitado a cenar, ni le he regalado ninguna pluma para que escriba, pero la historia, la narración, esa sí que ha estado presente. Y la atmósfera, junto con esa sensación tan difícil de lograr de que el lector sienta que está viviendo en los escenarios que la autora muestra, que forma parte de la acción, que es uno más de los personajes que