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Mostrando entradas de 2023

La biblioteca de la buhardilla XV: Ausencia IV

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      Creí que algún día me acostumbraría a verla desparecer, a encontrar la casa vacía, al hueco de su cuerpo entre las sábanas, al aroma de su piel desvaneciéndose día tras día. Y esa costumbre, nunca llegó. Tampoco ahora que jamás regresará de donde ninguno volveremos. No sé qué dolor estoy llorando ante su lápida, si esta ausencia definitiva o todas las que sufrí -o disfruté- durante su vida. "Los mejores perfumes, en frascos diminutos" me decía para convencerme de que los seis o siete meses al año que me dejaba estar a su lado eran mejores que toda una vida juntos. No quería que la diese por supuesta, que despertara cada mañana con la convicción de que estaría allí por la noche.      Nunca pude ni siquiera adivinar por su manera de comportarse, que un día cualquiera iba a ser el último. Era tan impredecible, no existían en ella rutinas que romper, hábitos que cambiar para levantar mis sospechas. Todo era nuevo, desde la forma de abrir los ojos al amanecer, la textura de

Cuaderno de bitácora XV: Mirando por la ventana

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    Está lloviendo en Hamelín y la gente se ha refugiado en la cafetería a la que suelo ir a leer cuando tengo un día libre. O en fin de semana. Los adoquines de la calle brillan a la manera de los de la calle Real de La Coruña, aquellos, los coruñeses, más grandes y menos numerosos que estos por los que transita el flautista, perseguido por turistas que debieran ser ratas o niños dispuestos a ahogarse en el río Wesser.     Como mis paisanos gallegos, la gente aquí no tiene el miedo a la lluvia que tenemos en el Mediterráneo donde me crie y vivo. Cuando en Novelda caen cuatro gotas, a veces muy mal caídas, el personal huye en desbandada, corriendo en busca de refugio, a costa de resbalones, tropiezos y remojones innecesarios, que podrían evitarse si se guardase la paciencia debida para andar con calma. También es cierto que tanto en Galicia como en Alemania, se sale a la calle pertrechados de un paraguas o una gabardina que quizás no hagan falta, pero la prudencia invita a escuchar eso

Leer para escribir V: Natalie Goldberg y la precisión al escribir.

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    "El gozo de escribir" es una magnifica obra de introducción a la literatura creativa. Aunque casi todos los conceptos que nos relata la autora ya son conocidos desde hace mucho tiempo, me gustar releer este libro al modo que un músico aún coloca la partitura frente sí, incluso cuando haya interpretado la pieza miles de veces y la conozca de memoria mejor que su propio nombre: siempre podemos ver algo nuevo que se nos escapase en las lecturas anteriores.     Y es el caso. Ha salido a la luz un tema en el que discrepo con la maestra. Es lo que tiene la lectura crítica, que uno sale contestón, pero también es cierto que es el único camino para aprender: no creer lo leído sin pasarlo por el tamiz de la opinión propia.     Goldberg afirma en el capítulo "Sé preciso" que no debemos usar los sustantivos imprecisos del tipo fruto o flor, sino que lo correcto es decir naranja o gladiolo, en pos de una precisión que ayude al lector a penetrar mejor en la esencia de lo que

Confieso que he leído XVII: La bibliotecària del front, Berta Jardí.

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     Hoy es festivo en Alemania, 3 de octubre, día de la reunificación, y me he levantado como si fuese un día laborable, pero sin la ayuda del despertador, no ha hecho falta, para leer las 20 páginas que me restaban para terminar "La bibliotecària del front"  de Berta Jardí. Las 20 páginas que anoche, tras un día de mucho cansancio en el trabajo, tuve que dejar aparcadas por el sueño y que merecían el madrugón.     (Tal vez debería haber escrito esta crónica en valencià   (sense polémiques, per a mi valencià, català i mallorquí son llengues bessones que viuen separades), pero mi valenciano escrito es deficiente y prefiero no faltarle al respeto.)      Siempre han llamado mi atención las novelas que hablan de libros, de bibliotecas, del mundo literario y esta novela de Berta Jardí no me ha decepcionado en absoluto. La forma en la que nos muestra el amor de su protagonista por los libros (todo basado en hechos reales, con nombre y apellidos) y su afán por hacer llegar la lectu

Cuaderno de bitácora XIV: Obituario, Francisco Ibáñez (1936-2023)

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    Fuiste dejándote la vida en cada viñeta que dibujabas, en cada burbuja donde hablaban tus personajes. Y al final te has quedado sin tinta; las hojas que resten en tu escritorio permanecerán en blanco aguardando una historieta que jamás conoceremos. Te las llevas todas contigo, las que esperábamos todavía, queríamos más, ignorando tu avanzada edad. Y es que, querido Ibáñez, Mortadelo, Filemón, Sacarino, Pepe Gotera, los vecinos de la 13 Rue del Percebe y otros muchos, tus personajes, no han envejecido en más de sesenta años y creíamos que tú tampoco lo harías.      No es casualidad que ilustre esta tristeza que cuento con la portada del primer Super Mortadelo. Fue uno de los días más felices de mi niñez lectora: Mi hermano, mucho mayor que yo, me vistió de tebeos la infancia y ninguna semana me faltó el Mortadelo. Aquella vez, el enlutado detective vistió capa de superhéroe, despertando la ilusión de un crío que se relamía con las nuevas aventuras que la revista prometía. Esa ilusió

Cuaderno de bitácora XIII: Censura

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    Déjalos, no les contradigas, ignora que se comportan como censores, busca el lugar que tu obra merece, lejos de esos que cancelan, impiden, abuchean, queman, maldicen, patalean, ignoran, tachan o desprestigian lo que escribiste, compusiste, pintaste, esculpiste, cantaste, representaste. Siento pena por ellos, los censores, que cuanto más cierran libros ajenos, más demuestran su ignorancia, intolerancia, estupidez. No cabe ser censor sin ser mala persona a la vez. Esa es su derrota. Quien tapa la boca de otro, merece que se le muerda la mano, que se le inyecte el veneno que para él representa la libertad y no solo la de expresión.     Miserables que ven colores en la piel, al tiempo que se los roban al arco iris si van impresos en una bandera. Se llaman cristianos, católicos, pregoneros de un mundo como dios manda por el que jamás preguntarían a un Dios que no les daría la razón.     Está de moda la censura. No suele haber modas que perduren, pasajeras todas ellas. Ésta, como diría

Cuentos del diccionario III: La tormenta

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    Pascual se caló el sueste, guareciéndose de una lluvia que no tenía pensado parar en toda la tarde. Soltó la estacha del noray para hacerse a la mar, que discutía con la llovizna a golpes de ola contra el espigón. Sabía que era una imprudencia abandonar la bahía, pero ni siquiera la media hora en la que tendría que projear con todas sus fuerzas hasta bordear la península que se abría a alta mar, conseguiría disuadirle de su atrevimiento.      No había nadie observando la zozobra del embarcadero cuando zarpó; detrás de las ventanas del bar de la lonja, empañadas por el vapor y el humo de los cigarros, corrían las copas de anís, los carajillos para templar el gaznate y las manos de mus con las desgastadas barajas españolas, que los pescadores más prudentes prefirieron a la cellisca del exterior, que sacudía sus embarcaciones amarradas a puerto.     Aquel insensato, ajeno a la indiferencia de las partidas de cartas, a los golpes de las fichas de dominó sobre el mármol de las mesas o l

Trovadores VIII: ¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla!

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  ¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla! Yo no sabía entonces que una canción podía hablar de la vida real, cuando Alberto Cortez comenzó a explicar a la presentadora del programa de televisión que su hermano Goyo, al fin, había tenido un hijo. Ella, la actriz Verónica Castro, lo miraba enternecida, mientras el trovador nos hablaba de lo sucedido, sin dejar de jugar con el piano mientras tanto.       Cortez derramó su amor por el hermano mayor y habló de que en su niñez cuidó de él, también de sus dificultades para ser padre y de una carta de su madre que, emocionada, le contaba, al fin, que Goyo había sido padre. "A la vejez, viruelas", le dijo. De pronto, comenzó a cantar:     ¡Qué maravilla Goyo, que maravilla  ha brotado un retoño de tu semilla!    En ese momento cobraron sentido todas las canciones suyas, las de Serrat, Víctor Manuel. Silvio, Pablo Milanés, Facundo Cabral, Victor Jara y tantos otros aún no habían llegado o acababan de hacerlo. Pero sí las d

Confieso que he leído XXVI: Historias Mínimas, Natacha G. Mendoza

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    Si conociese a Natacha, no me dejaría abrazar por ella, porque ya tengo su abrazo descansando en mi estantería después de la batalla y no quiero perder el recuerdo que ha dejado en mi memoria.     Ojalá que no me hable nunca, que la voz que surgía de cada una de las páginas de sus historias, mínimas, sea la que escuche siempre de ella, que no se borre ese murmullo como si fuese el del mar, que va y viene llevando sobre su espuma los cuentos que imaginó para nosotros.     Ella ha hurgado en mis entrañas, porque a través de sus palabras ha venido Ana María Matute a buscarme, y Ángel González, con el modo con el que los panaderos prueban el pan, y Cortázar, siempre presente. Todos ellos, inolvidables, han vuelto a través de estas  historias, como al trasluz de un visillo que nos dejara ver lo justo para que sepamos que están ahí.     Me ha mantenido despierto, alerta, cada relato es una trampa. Me ha enseñado que nada es lo que parece, que no hay presupuestos en lo escrito; que cada v

El Gran Akiba IV: Recordando a Bobby Fischer.

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    El próximo día 17 se cumplirán 15 años de la muerte de Bobby Fischer, para muchos el mejor jugador de ajedrez de la Historia. El libro de sus partidas contra Spassky fue uno de los primeros que leí, allá por el año 1977.      Cuando murió, publiqué unas líneas en la web del club al que pertenecía entonces, el CA Aspe. Quiero recordarlas hoy, tan cercano el aniversario de su fallecimiento. Sus partidas y su recuerdo siguen presentes en quienes amamos el ajedrez y seguimos aprendiendo de su talento y trabajo. Carta In Memoriam a Bobby Fischer (Enero 2008)                 Al final, nos has robado un sueño, el de verte jugar de nuevo. Te lo llevas contigo, donde quiera que vayan los genios cuando mueren. Treinta y seis años son muchos sin verte ante un tablero. Ya lo sé, en 1992 nos dejaste con la miel en los labios: no era eso lo que esperábamos, pero tú no estabas dispuesto a darnos más. Te vas con 64 años, uno por cada escaque. Misha Tal, tu amigo a quien fuiste a ver al hospital du