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Mostrando entradas de 2020

Trovadores VI: En el momento justo, en el sitio exacto: Octubre-87

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   Andaba hoy trasteando por mis canciones. He hecho unos arreglos a una de ellas, "Me niego a madurar", de la que os hablaré algún día, para luego cantar unas cuantas de las que guardo en mi vieja carpeta. De muchas aún conservo la hoja original en la que fueron escritas. Y de la que quería hablar cuenta ya 33 años a sus espaldas.      Siempre me habían llamado la atención aquellas canciones cuyo título es un mes y un año concretos. Llach tiene varias tituladas así: "Novembre 72" (Tens por, company, d'un silenci plé de reixes...) y la célebre "Abril 74" (Companys, si busqueu les primaveres lliures...). Sucedió que haciendo el servicio militar, con una guitarra prestada, escribí varias canciones, tanto en castellano como en valencià: Para la tristeza, Lluny, Imagina, Me niego a madurar y Octubre-87.     Sí, imité la costumbre de Llach. Y la letra también discute la guerra, la violencia, como las de él. La mía, sin embargo, nació en castellano. Para que

El baúl de las palabras VI: El maestro Llamazares, espadaña y espalar.

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     Sigo honrando a mi querida maestra Isabel Hernández, quien me enseñó a buscar palabras en el diccionario, y escribir los significados que no entendiera para que quedaran en mi memoria. Cada vez que relleno una ficha con palabras hasta entonces desconocidas, es un gracias que entono con la voz del niño que ella conoció.      La última palabra que llevó mi memoria hacia mi maestra ha sido "espalar" . Por el contexto imaginé su significado, al menos uno de ellos, pero la pereza no cabe a la hora de conocer nuestro idioma, cualquier idioma, y busqué en el diccionario. Y tuve premio. ¿Por qué? Pues porque yo creía que espalar era mover cualquier cosa con una pala, y no es así. El diccionario de la RAE dice textualmente: 1. (verbo transitivo) Apartar con la pala la nieve que cubre el suelo.     Es decir, que es una palabra muy específica con la que cabe cometer errores al utilizarla, si nos referimos a cualquier trabajo de pala. Sería incorrecto decir "Juan espal

Trovadores V: Puente sobre aguas turbulentas, Simon y Garfunkel.

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    Cuando llegaron a mí sus primeras notas, ellos ya se habían separado. La radio, a veces, nos devolvía sus voces, canciones que no me pertenecían, robadas a los sueños de la generación que me precedió y que convirtió cada estribillo en un himno. Los sonidos del silencio sonaba a menudo en la radio, en versiones propias o ajenas, y las imágenes que evocaba las habitaban jóvenes de pelo largo, anchas ropas y cintas en el pelo, que creían en el amor libre y en un movimiento hippie que hacía años que había desaparecido. Todo ello revestía de una aureola de misticismo a las canciones de este dúo desigual: un compositor genial y un cantante imposible de imitar.     No era tan fácil encontrar discos en aquellos tiempos, a punto de terminar los años setenta. Quisieron los dioses que, en mi cumpleaños, mi hermano me regalara "Puente sobre aguas turbulentas". La verdad es que lo primero que me llamó la atención del disco fue que el título estaba escrito con letras paridas con l

Cuaderno de bitácora IX: Obituario, Juan Marsé (1933-2020)

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¿Quién soy yo para hablar de ti? Ni siquiera estoy seguro de que merezca leerte, porque he llegado tarde, muy tarde. Prejuicios heredados de los que no supe zafarme a tiempo y que ahora, hace poco, me obligaron a buscarte de repente, a borbotones, a leer tus novelas sin medida ni comedimiento para ponerme al día. Pero no he llegado, te has marchado sin que mi lectura completara tu obra. Malditas bragas. Sí, las de oro, las de aquella muchacha que te llevó al Planeta, ese premio que mi madre regalaba por navidades a mis hermanos. Ese año no. Le molestaba que el título hablara de bragas, y te hizo la cruz. Y te la hice yo, que tenía apenas 13 años y mis lecturas no pasaban entonces de Enid Blyton, Julio Verne y Vázquez-Figueroa. Sin saber de ti, sin haberte leído, heredé la distancia de mi madre hacia tus novelas.     He tardado cuarenta años en abrir tus páginas, toda una posguerra. Si me escuchas desde algún sitio donde vayáis los genios al morir, perdóname Marsé. Aún no he leído la

La biblioteca de la buhardilla XIII: Hoy vendrá a por mí.

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Irene corría escaleras arriba cada tarde, al regresar de la escuela, a buscar a su bisabuelo quien, postrado en su cama, le contaba historias, como en un susurro, sobre tesoros que estaban escondidos en los alrededores del pueblo .   Aquella tarde, Mario estaba un poco nervioso. Le contó una historia repetida con inusual rapidez y le preguntaba constantemente   por el día en que estaban. -   ¿Qué día es hoy? -   Jueves, abuelo. Desde su catre trataba de girar la cabeza para ver a través del ventanal. Una rendija, apenas, le decía   que aún era de día: el sol primaveral, envalentonado tras los rigores de los rayos tenues del invierno, alargaba las horas de luz. -   Hoy va a venir por mí, dijo a la niña. -   ¿Quién? -   Jesús, respondió. Irene lo miraba extrañada. A sus pocos años no comprendía aquellas palabras. Su madre sí. Desde el quicio de la puerta escuchó   la sentencia del abuelo, recorriéndole un estertor que la inquietó. -   Qué tonterías dice -protestó entr

Cuaderno de bitácora VIII: Merlín ha vuelto.

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    Lo escuché antes de verlo. Era el sonido de una flauta que adornaba de sones el paseo por el casco antiguo de Hamelín. Su música te invitaba a caminar despacio, susurrando los pasos, evitando los ruidos que te distrajeran de su voz. Lo vi, frente a la casa de bodas, recortado contra la fachada a sus espaldas, de pie, dignamente plantado, vestido con su túnica inconfundible, su melena y su larga barba, blancas como las nubes que prometen lluvia, con un pequeño cáliz de metal delante de él aguardando el agradecimiento de los mortales. Era Merlín. Y me acerqué. Estuve un rato mirando al primer mago de mi memoria, aquel que convirtió a Grillo, Arturo, en pez, en ardilla, en pájaro, y al que tantas veces pedí prodigios parecidos. Nunca salió de las páginas de aquel cuento o del pasar y pasar fotogramas por la pantalla del cine o la televisión.     Estaba allí. Pero ya no es el Merlín del cuento infantil: es el druida del bosque donde escribo mis fantasías, el dueño del claro rodeado d

Cuaderno de bitácora VII: El valor de una homilía.

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     Mamá la recordó hasta los últimos días de su vida. Solía preguntarme de vez en cuando si recordaba aquella homilía del Padre Alfonso. Ella sabía que sí, pero las palabras inspiradas del sacerdote eran un vínculo entre madre e hijo que perduró hasta su muerte. Y aún ahora, quince años después de dejarnos, no puedo evitar el recordar al mismo tiempo aquel sermón y la admiración emocionada de mi madre.     Era el año 1974, o quizás 1975. Yo estudiaba en el Colegio San Antonio de los Padres Franciscanos. La iglesia era nuestra parroquia desde que llegamos al barrio, aledaña al colegio donde fui bien tratado por primera vez en mi vida escolar. La señorita Isabel y Don Alfredo viven en mi memoria y en mi corazón, abrazados a mi agradecimiento eterno. Un domingo, como todos los domingos, fuimos a misa. No recuerdo si de once o de doce, pero la hora no importa: lo trascendente es que hay un antes y un después de aquella celebración. Al llegar a la homilía, las primeras palabras del

Cuaderno de bitácora VI: Obituario, Carlos Ruiz Zafón (1964-2020)

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    Sé donde está. El Cementerio, me refiero, de los Libros Olvidados. Aquel amanecer seguí a Daniel y a su padre por las calles de una Barcelona bajo cielos de ceniza y un sol de vapor. No me vieron, pero llegué con ellos a aquel lugar mágico, al que entré de tapadillo sin que Isaac, el portero, me viera escabullirme entre los pasillos de aquella misteriosa biblioteca.     Vi al niño escoger "La sombra del viento" de Julián Carax, esa novela que se titula igual que la tuya, como una premonición de lo que tú ibas a escribir. Salió entusiasmado del descubrimiento, y de haber adoptado un libro que parecía haberle llamado desde lo más profundo de las estanterías.     Sé donde está. El Cementerio, sí, y voy a montar guardia, cada momento, cada día, siempre, mientras me quede memoria de lo leído. Como una aduana, preguntaré a cada uno que se llegue al cementerio qué libro viene a depositar allí como olvidado.     - La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón - me dirá algun

Península poesía V: Negra sombra, Rosalía de Castro.

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    En los días de La Coruña, donde nací y viví hasta los 6 años, mis tías me regalaron un disco de folclore de mi tierra. El disco, como veis en la foto, se titulaba Airiños da miña terra. Una de las canciones gustaba mucho en casa, Negra Sombra, tema que luego Luz Casal llevaría por toda España.  Hasta hace poco no caí en la cuenta de que la letra de esa canción fue, seguramente, el primer poema que escuché en mi vida. No sabía que la letra era una poesía y menos que la hubiese escrito Rosalía de Castro, a la que no tenía el gusto de conocer, eso llegaría más tarde.    Somos muchos los que consideramos esta canción el himno popular de nuestra tierra; nos evoca los montes verdes y ocres donde viven los duendes,  al mar rompiendo contra la costa a la busca de valientes que se quieran ir con él, a los faros alumbrando la noche, barriendo la bruma en la que se ocultan las bruxas que inventan conxuros. Cando penso que te fuches, negra sombra que me asombras, ó pe dos meus cab

Confieso que he leído XXI: La corresponsal (Oriana Fallaci), Cristina de Stefano.

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Después de tantos años tras su fallecimiento, tenía un poco olvidada a mi admirada Oriana Fallaci. El descubrimiento reciente de su biografía (no sabía que se había publicado en 2015) ha vuelto a acercarme a una mujer, valiente, polémica y pasional, que despertó en mí, hace ya mucho tiempo, una gran admiración que perdura hasta el día de hoy. La biografía es un tratado de buen gusto, de no hacerse notar, de ceder absolutamente el protagonismo al biografiado, y contar lo que hay que contar sin alardes literarios, sin florituras innecesarias que desvíen la atención del contenido al continente. Bravo por Cristina de Stefano por un trabajo honesto muy bien realizado. Pero sí la autora cede el protagonismo a Oriana, no voy yo a contradecirla ahora, y quisiera contar como me enamoré de la periodista italiana.      Corrían los tiempos del instituto. Yo solía, de vez en cuando, a la salida de clase, pasar por la librería de la familia Antón, enfrente del Casino de Novelda. El pobre hom

Cuaderno de bitácora V: Mi compañero es negro, yo blanco.

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 Mi compañero es negro, yo blanco, dos hombres de color, cada uno el suyo, trabajando juntos. Cada día. Cada semana. Cada mes. Yo lo respeto. Él me respeta. No veo el color de su piel. Él no ve el mío. Mi compañero es negro, yo blanco. Si no me fijo, si no presto atención,  el color de su piel pasa desapercibido, como a él le pasa el mío, como si fuese el color de sus ojos, de sus dientes, de su pelo, de su sangre, que es el color de mis ojos, de mis dientes, de mi pelo sin las canas del tiempo, de mi sangre. Mi compañero es negro, yo blanco, sólo la piel es diferente: el corazón a la izquierda, el cerebro partido por la mitad, los pulmones precisan aire para respirar, compartimos el pan que sacia el hambre, tan igual la suya y la mía, el agua que calma nuestra sed, la misma para los dos, el cansancio que nos ataca por igual. Mi compañero es negro, yo blanco; murió uno de los suyos bajo la violencia de uno que no es de

Cuaderno de bitácora IV: lo leeré contigo.

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     Esta mañana he recibido la novela de Lucía Graves "La casa de la memoria". No recuerdo qué fue lo que me llevó hasta ella, porque en ese momento, cuando lo compré, ni siquiera caí en la cuenta de que se trataba de la  hija del autor de "Yo, Claudio", Robert Graves. Supongo que me interesó la sinopsis que debí de leer en algún lado.      La compré en una librería de lance online de Berlín, que tiene un fondo amplio, e interesante, de obras en castellano. Cuando he abierto esta mañana el paquete, venían tres libros más, lo iba a dejar en el montón de pendientes de leer, pues tengo una buena lista de espera. Hojeando a los recién llegados, me he llevado una sorpresa con esta casa de la memoria.     Como podéis ver, el libro está lleno de anotaciones entre líneas, al margen, en el encabezado y pie de página. Esto me ha llamado la atención. Esas notas me han llevado a crear un perfil de su autor: por la letra, diría que se trata de una mujer, que es fran

El baúl de las palabras V: Cuando los idiomas conviven.

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    Hoy hablaba en las redes sociales con mi amiga María José Viz, autora del poemario "Mar de chuvia seca" del que os hablaré cuando lo termine de leer, sobre la importancia del tener dos lenguas maternas, lo enriquecedor que resulta el privilegio de vivir donde conviven el castellano y cualquiera de las lenguas autóctonas de nuestro país. María José y yo nos conocemos virtualmente hace poco, pero es una de esas personas que te regalan la sensación de que las conoces de toda la vida.     Al aroma de esa conversación, recordé lo que me hizo pensar el leer cierta palabra en la colección de relatos "Ella, maldita alma", de nuestro paisano común Manuel Rivas. Lo leí esta semana, en su edición en castellano. En un momento dado la traductora, que obviamente es también gallego parlante, utiliza la palabra "pescantina" para referirse a una vendedora de pescado en el mercado. No existe pescantina en castellano. La busco en el diccionario galego y la entrada di

El baúl de las palabras IV: Tílburi

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    Leyendo la novela inacabada de Ana María Matute "Demonios familiares", me encuentro con una palabra para mí desconocida: Tílburi que es el nombre del carruaje de la foto. Por el contexto deduje a qué se podía referir la autora, pero como es mi costumbre, tiré de diccionario.  Éste dice así: 1.- Carruaje de dos ruedas grandes, ligero y sin cubierta, a propósito para dos personas, tirado por una sola caballería.     En el origen de la palabra, nos habla de su inventor Tilbury, de origen inglés.      Yo, sinceramente, pensé que se trataba de un sinónimo de calesa, pero hurgando un poco más pude apreciar las diferencias.     La calesa puede ser de cuatro ruedas, con cuatro asientos y llevar capota, lo que el tílburi no. El origen de la palabra calesa es checo, kolese , (que significa rueda) que los franceses transformaron en calèche.  En España se tendió a llamar calesa a todo carruaje de este tipo, aunque hay palabras más precisas para cada model

Confieso que he leído XX: Seda salvaje, Eloy Tizón.

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    Escribir en primera persona una novela, aunque se trate de una novela corta, es arriesgado. Ya en un relato puede resultar pedante, egocéntrico más bien, ya que todo en la historia gira en torno al narrador-protagonista, pues difícilmente aparecerá otro punto de vista que no sea el suyo. No voy a decir que huya de los textos escritos con esa perspectiva, pero si que los recibo con algún recelo, los supongo sospechosos de no encontrar en ellos lo que prometen.     Pero Eloy Tizón no es un escritor cualquiera. Sí, me di cuenta enseguida del narrador elegido: no llegó la suspicacia en ningún momento, tampoco la esperaba. Podría Eloy escribir una novela de mil páginas con apenas quinientas palabras distintas, y sería una obra hermosa en la que no echaríamos nada de menos, porque con pocos ingredientes, es capaz de combinar un guiso que sacie a los paladares más exigentes. Eso es Seda salvaje, la historia de una obsesión, que no voy a desvelar aquí, llevada al extremo, contada como

El cortejo de las musas VII: Cuando los personajes escriben.

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    Hoy he tenido una de esas experiencias al escribir que hacen que creas en las musas. Ya sé que no existen, o que te tienen que visitar mientras escribes, pillarte in fraganti, pero lo que los grandes escritores cuentan de que muchas veces son los personajes quienes escriben la historia, o que es la historia la que se va narrando a sí misma y que tú no eres más que un simple medio, es también algo muy difícil de creer.     Hoy he creído. Y he creído porque me ha pasado, quizás por primera vez, o por primera vez he sido consciente de ello. Andaba la historia por una iglesia, donde dos hombres querían hablar con el párroco. No sé porqué, en el último momento he decidido que el cura no estaba en la sacristía y que el sacristán les recibía, pidiéndoles un rato de espera. De pronto, uno de los visitantes reparaba en algo del entorno y hacía mención de su belleza, y sin pensarlo demasiado, le he conferido al sacristán unas habilidades que ni yo mismo me esperaba, ya que él era el arte

Cuaderno de bitácora III: La noche.

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    Había llegado a la cima de la montaña a primera hora de la tarde. Buscó el mejor asiento desde donde ver el horizonte al oeste. Lo encontró entre unas piedras donde aromaba el tomillo y las abejas zumbaban entre flores que comenzaban a pensar en plegarse sobre sus pétalos. Aguardó el crepúsculo envolviéndose del adormecer rojizo del cielo que comenzaba a disipar las sombras que se reflejaban sobre la tierra. A su espalda acudían los primeros astros,  la luna se escondía tras los riscos vecinos, prometiendo asistir cuando la noche hubiese terminado de llegar. Desde allí vio desaparecer el paisaje a su alrededor, sólo quedaron pequeños puntos de luz que brotaban de las ventanas, diminutas para su vista, que presagiaban vidas que él sólo podía imaginar.     Y llegó la noche, esa a la que esperaba, a la que tanto temía y amaba a la vez; mucho tiempo sin estar a solas con ella, siempre a mano una luz que encender, una voz a la que escuchar, alguien a quien abrazar; sobre aq

Trovadores IV: Luis Eduardo Aute (1943-2020)

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De alguna manera tendré que olvidarte, dejarte de vez en cuando en algún rincón de mi memoria, porque cada letra tuya, cada verso desde tu voz, acerca recuerdos de un tiempo que no entendería sin tus canciones. De alguna manera tendré que olvidarte, porque no soportaría la noche más larga que llega tras el alba, el dolor de aquel hombre cuya muerte programada protestabas con unos versos que tantas veces repetimos, parapetados detrás de una guitarra con la que imitábamos tus acordes. Sí, de alguna manera tendré que olvidarte, porque en todos estos años en los que caminamos hacia la utopía, no hemos conseguido  llegar a esa Albanta deseada, allí donde no existen hombres que mandan, las ciencias no son exactas, y el cielo no dice nada. Tendré, sí, que olvidarte, pero seguiré buscando esa tierra que prometiste y que debe esperarnos en algún lado. Quizás detrás de un dibujo de tu hijo, Pablo, ese que estará por ahí, supones, preguntándose que ha sido hoy de su padre.     De alguna m

El Gran Akiba III: Obituario, Kurt Pape (1936-2020)

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Cuando en 2012 tuve que emigrar a Alemania, lo primero que busqué fue dónde estaba el club de ajedrez en Hamelín, si es que lo había. Si el idioma podía ser una barrera, el ajedrez es una lengua común con la que entenderse y hacer más llevadera la adaptación a esta nueva etapa. Quisieron los hados que la vivienda provisional que mis jefes me procuraron estuviera a escasos treinta metros de la Casa de la Juventud, aquí llamada "Arco Iris", donde tiene su sede el club de ajedrez. No fue difícil hacer las presentaciones. Aún no hablaba nada de alemán, pero en mi inglés nivel suburbano pude hacerme entender. Un hombre entrado en años, afable, que físicamente me recordaba a mi ilustre veterano noveldense Wigberto Rizo, enseguida se interesó por mí y me ayudó a conocer los hábitos del club. Era Kurt Pape, en aquel entonces tenía 76 años, y era el presidente del Hamelner Schachverein desde 1967. Casi nada. Siempre tuvo una palabra amable para mí, primero en inglés y un par d

El baúl de las palabras III: Zahúrda

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    Hace poco descubrí que la Editorial Espasa había editado una historia de las famosas cartillas Rubio, de cálculo y caligrafía. Una publicación entrañable para la gente de mi generación, que tantas y tantas libretas rellenamos, esforzándonos en hacer buena letra o en no equivocarnos con las cuentas. En aquella la época de las permanencias, en Coruña se llamaban pasantías, nos quedábamos en el colegio de cinco a seis de la tarde para reforzar, y era una hora dedicada casi exclusivamente a la caligrafía y a los problemas de cálculo.     Leyendo este emotivo libro que me llevaba hasta los lejanos años setenta de mi niñez escolar, descubro una frase de aquellas que copiábamos, con una palabra imposible: ZAHÚRDA.     La frase exacta que presenta el libro es: "El salvaje hizo una zahurda "     Aunque el autor del libro, que es Miguel Rubio, hijo de Ramón Rubio, fundador de los cuadernillos, explica el significado de la palabra, establo para criar cerdos, no puedo ev