Confieso que he leído XXI: La corresponsal (Oriana Fallaci), Cristina de Stefano.

Después de tantos años tras su fallecimiento, tenía un poco olvidada a mi admirada Oriana Fallaci. El descubrimiento reciente de su biografía (no sabía que se había publicado en 2015) ha vuelto a acercarme a una mujer, valiente, polémica y pasional, que despertó en mí, hace ya mucho tiempo, una gran admiración que perdura hasta el día de hoy.

La biografía es un tratado de buen gusto, de no hacerse notar, de ceder absolutamente el protagonismo al biografiado, y contar lo que hay que contar sin alardes literarios, sin florituras innecesarias que desvíen la atención del contenido al continente. Bravo por Cristina de Stefano por un trabajo honesto muy bien realizado.

Pero sí la autora cede el protagonismo a Oriana, no voy yo a contradecirla ahora, y quisiera contar como me enamoré de la periodista italiana.

     Corrían los tiempos del instituto. Yo solía, de vez en cuando, a la salida de clase, pasar por la librería de la familia Antón, enfrente del Casino de Novelda. El pobre hombre tenía más paciencia que un santo, aguantando con una amabilidad exquisita a un joven adolescente, que curioseaba los libros y que casi nunca compraba ninguno. (Recuerdo haber comprado allí "Opiniones de un payaso" de Böll, "Cuentos de guerra", de Hemingway, "Cuentos de la Alhambra", de Irving, y algún que otro libro de ajedrez). Cierto día tenía en sus estanterías "Entrevista con la historia" de una desconocida, para mí, Oriana Fallaci.


    Me llamó mucho la atención. Yo debía de tener 16 o 17 años, no más, y no parece una obra predestinada a acabar en manos de un joven de instituto. ¿Qué me atrajo? En primer lugar, el nombre de los personajes a los que entrevistaba. Eran políticos que aparecían constantemente en telediarios y periódicos y de los que, en realidad, no sabía nada, no haba un perfil detrás del nombre. Lo vi como una oportunidad de conocer un mundo, el político, que era, en mi caso, una asignatura pendiente.
    Lo segundo que llamó mi atención fue el hecho de que la autora fuese una mujer. Lejos de las locutoras amables de voz almibarada que presentaban los informativos de la televisión, alguna de las preguntas que pude leer en aquel primer hojear, me hicieron pensar en una periodista diferente, atrevida, interesante. No me decepcionó.
    Compré el libro y la lectura duró poco más de una semana. Lo devoré compulsivamente, con avaricia. La última entrevista escondía una sorpresa. Se trataba de Alekhos Panagoulis, un líder de la resistencia griega contra el dictador Papadopoulos que, además, era pareja de Oriana. Su historia me conmovió. Descubrí, confieso que no recuerdo cómo, que Fallaci había escrito un libro dedicado exclusivamente a Alekhos (creo recordar que lo menciona en la entradilla de la entrevista, pero no tengo el libro a mano, no lo puedo contrastar). Por supuesto, corrí al amigo Antón a pedirle "Un hombre".


    No son muchas las oportunidades que tenemos de conocer a un personaje de estas características tan de cerca, desde dentro. Oriana vuelca toda su rabia en esta biografía novelada: Alekhos murió en algo que pareció un accidente, pero que realmente no lo fue; restaurada la democracia en Grecia, Alekhos reunió pruebas de la corrupción y de los crímenes de Papadopoulos, y el largo brazo del dictador no le dio oportunidad de presentarlas. Nunca se demostró esta implicación en su muerte, pero al sentir popular no le cabe ninguna duda. Su muerte truncó su autobiografía. Ella le había convencido para que la escribiera, pero no tuvo tiempo. Lo hizo Oriana por él, pues tenía todas las anotaciones que Panagoulis ya había escrito sobre sus vivencias.

   Fue una mujer independiente en todos los sentidos. Los comunistas tachaban de traición alguna de sus opiniones, los conservadores la llamaban comunista. Consideraba un crimen el aborto, pero defendía el derecho de la mujer a decidir. No se dejó nunca arrastrar por unas siglas, una corriente o por las opiniones mayoritarias, fue ella misma, siempre, y trató de ser honesta hasta la extenuación en su trabajo. Ojalá hubiera más como ella.

   Y leyendo esta autobiografía ha ocurrido una de las maravillosas coincidencias que de vez en cuando me trae la lectura: siempre llevo varios libros en danza, acababa de leer un capítulo de "Herido leve" de Eloy Tizón (Páginas de Espuma, 2019), en el que el autor describe la literatura de Natalia Ginzburg, una escritora a la que no conocía de nada. Cuando retomo la biografía de Fallaci, resulta que iba a entrevistar a la propia Natalia Ginzburg, una autora que Oriana respetaba muchísimo, y a la que le hizo una de las entrevistas menos agresivas de su carrera. Por supuesto, habrá que leer a esa mujer que merece la atención de esos dos grandes de las letras, literarias y periodísticas.

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