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Mostrando entradas de 2015

Leer para escribir I: Crematorio, Rafael Chirbes

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Hace apenas unos días fallecía Rafael Chirbes, uno de los grandes escritores valencianos de la actualidad. En mi ignorancia, resultó que no había leído nada de quien tan encendidas alabanzas recibió tras su fallecimiento. Esto puede ser normal, engrandecer la figura del que ya no está, pero cuando esas loas vienen de gentes a las que tienes en muy alta estima y valoración, entonces confías en su palabra y procuras ponerte al día con el autor. Y en esas estoy, leyendo Crematorio, después de cortar de cuajo la lectura de "La soledad de los perdidos" de mi admirado Luis Mateo Díez. No sé si es que no es el momento idóneo para leer esa novela, o si realmente tanto ha cambiado Mateo Díez su literatura para que no la reconozca y para que no me haga feliz su lectura, pero dejo un paréntesis, la elimino de mi libro electrónico a la espera de tiempos mejores. Desde la mal traducida "Años de perro" de Günter Grass que no abandonaba una lectura sin terminarla, y menos que

La biblioteca de la buhardilla VII: Memoria de la palabra

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Busco un momento para mí, sentado tras la ventana que me separa de la lluvia que cae sobre los tejados vecinos. Me creo en el otoño que se acerca, más que en el verano ya casi caduco, olvidados los rigores breves que merodean por estas tierras. El silencio y la calma opuestos al fragor cotidiano de la batalla de cada día, visten el debate que se libra en mi mente alimentada por el ánimo de mis ojos, fijos en la nada y en el todo, esperando la respuesta correcta al dilema eterno: leer o escribir. Y el fruto se volvió semilla, y ambas volvieron a ser palabra. La palabra leída que grabada quedó en la memoria para siempre, y que vuelve apasionada a la orilla de nuestra voz, para transformarnos en rapsodas que canten aquello que los ojos leyeron en el pasado y que el corazón recuerda sin necesidad de volverlas a leer. No leo en el papel, leo en el alma ahíta de tanto leído; es la marca indeleble, como a fuego en la piel, que aquellas palabras dejaron en todo aquello que fui y que me trajo

Entre la ficción y la realidad, o como desmontar a Sandro Giacobbe.

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Vamos a suponer, aunque sea mucho suponer, que nos encontramos por la calle con un amigo que acaba de serle infiel a su pareja. El hombre, cariacontecido más por lo que le espera que por lo pecado, se debate entre la angustia de contárselo él mismo o confiar en que no se le note demasiado. Y también en que a la beneficiada no se le vaya la lengua de paseo. En esa suposición andamos, sin entender la preocupación del adúltero por la situación. Lo mejor, obrar con naturalidad: - Mira Eladio, tú ahora en llegar a casa se lo dices: Mariloli, no sé que me ha pasado, pero acabo de pegar un polvo con Pepi (que encima es su mejor amiga) - Sí, hombre, si le digo eso a mi mujer, me calza un guantazo sin dejarme terminar. - Tienes que adornarlo, para que no suene como algo sucio. Dile que ella estaba muy triste, que tú la consolaste, una cosa llevó a la otra, pero que mientras la abrazabas pensabas en Mariloli. - Y me suelta la pareja del bofetón con la otra mano. ¿Tú te has fumao algo

La biblioteca de la buhardilla VI: De almas y estrellas

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     Alzó la mano para pedir silencio donde el silencio ya estaba. Su gesto sin sombra que la luz de la luna no llegaba a proyectar, apuntaba hacia el cielo que techaba la iglesia, congregada la parroquia alrededor del altar, como aguardando la señal de la cruz que iniciara el rezo. No entonaban oraciones ni cánticos para alabar al Señor, inmóviles, mirando las estrellas citadas tras el crepúsculo, o las nubes bajo las que dormían sus esperanzas perdidas quien sabe cuándo o dónde.         Doblan las campanas, tañen a misa de difuntos de medianoche, un toque por vida perdida, la suya, y alma recobrada, también ellos, la que acude a honrar la memoria del cuerpo del que fue aliento. Todos se vislumbran con el último gesto, con el último miedo dibujado en el rostro por la última sirena que precedió al postrer vuelo sobre sus vidas y, por fin, sus muertes. El horror fue abriéndose paso por el techo de piedra que les separaba de Dios, permeable al fuego de los hombres. Libertadore

La biblioteca de la buhardilla V: El gaitero del mar

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La bruma abrazaba el paisaje, celosa hasta de la inocente mirada de un niño que recorriera la belleza que escondía entre sus brazos, como un tesoro inalcanzable; la suave colina, que sube hasta el faro y desciende hacia la orilla buscando la caricia del mar, vestida de verde esperando el amanecer tardío tras la neblina; las rocas que circundan caminos y pliegues, esculpidas por el cincel de la marea que va y que viene, sin saludos ni despedidas; el mar bravo que a morir se llega, o a nacer quien sabe, hasta la abrupta costa que rodea lo que la niebla oculta; la luz de una tierra y unas gentes, que asoma con timidez desde lo alto de la torre que corona la loma; y la voz de una gaita que canta a la alborada, llamando al sol remiso. Descalza sobre la hierba, envuelta en una tenue túnica blanca, escucha al gaitero cuya silueta adivina encima de la Rosa de los Vientos. La melodía se diluye entre el rumor del océano llegando a puerto, al tiempo que las luces del día se abren paso irra