La biblioteca de la buhardilla VI: De almas y estrellas


     Alzó la mano para pedir silencio donde el silencio ya estaba. Su gesto sin sombra que la luz de la luna no llegaba a proyectar, apuntaba hacia el cielo que techaba la iglesia, congregada la parroquia alrededor del altar, como aguardando la señal de la cruz que iniciara el rezo. No entonaban oraciones ni cánticos para alabar al Señor, inmóviles, mirando las estrellas citadas tras el crepúsculo, o las nubes bajo las que dormían sus esperanzas perdidas quien sabe cuándo o dónde. 



       Doblan las campanas, tañen a misa de difuntos de medianoche, un toque por vida perdida, la suya, y alma recobrada, también ellos, la que acude a honrar la memoria del cuerpo del que fue aliento. Todos se vislumbran con el último gesto, con el último miedo dibujado en el rostro por la última sirena que precedió al postrer vuelo sobre sus vidas y, por fin, sus muertes. El horror fue abriéndose paso por el techo de piedra que les separaba de Dios, permeable al fuego de los hombres. Libertadores los llamaban, excusando barbaries propias con barbaries ajenas. Muerte por muerte, sin mirar a quien. Generosidad en el reparto, cuantas más mejor, acabando cuanto antes la tarea.


      Primaveras de silencio, el que nació tras los gritos de auxilio llamando a la clemencia, empedrados bajo el techo derrumbado. Los alientos escapando entre los escombros, ancianos, mujeres y niños; los hombres ya murieron en el frente, o quizás antes, cuando su mundo les dio a elegir donde elección no había: o matar o morir.


     Alzó la mano para pedir silencio donde el silencio ya estaba. Cada año, mismo día, mismo lugar, misma hora, el más pequeño, el más inocente, el que avisó del futuro que no iba a ser: "llegan aviones", decenas de vidas buscando un resquicio por donde ver el cielo. El resquicio se abrió para verlo entero y acercarse a él. Quedó así para siempre: cada año, mismo día, mismo lugar, misma hora, la sirena suena, la mano alzada, el niño grita y todas las almas vuelven al templo a buscar el cielo repleto de estrellas, como un espejo en el que mirar sus propias caras hasta donde llega la memoria. La propia. La ajena.





(La Iglesia de San Gil, Aegidienkirche en alemán, fue bombardeada por la RAF en 1943. Sus ruinas no se reconstruyeron y hoy en día permanece sin techo, como recuerdo de las víctimas de la guerra y la violencia. Desde 1985 alberga una campana japonesa, regalo de Hiroshima, ciudad hermanada con Hannover. Esta "Campana de paz" tañe cada 6 de agosto en memoria de las víctimas provocadas por la bomba atómica. En el mes de marzo visitamos esta iglesia, dejándonos una profunda impresión por el significado que tiene como símbolo del sufrimiento de los pueblos a causa de las guerras que, en la mayor parte de los casos, son ajenos a sus orígenes y justificaciones)

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