Cuaderno de bitácora III: La noche.

    Había llegado a la cima de la montaña a primera hora de la tarde. Buscó el mejor asiento desde donde ver el horizonte al oeste. Lo encontró entre unas piedras donde aromaba el tomillo y las abejas zumbaban entre flores que comenzaban a pensar en plegarse sobre sus pétalos. Aguardó el crepúsculo envolviéndose del adormecer rojizo del cielo que comenzaba a disipar las sombras que se reflejaban sobre la tierra. A su espalda acudían los primeros astros, 
la luna se escondía tras los riscos vecinos, prometiendo asistir cuando la noche hubiese terminado de llegar. Desde allí vio desaparecer el paisaje a su alrededor, sólo quedaron pequeños puntos de luz que brotaban de las ventanas, diminutas para su vista, que presagiaban vidas que él sólo podía imaginar.

    Y llegó la noche, esa a la que esperaba, a la que tanto temía y amaba a la vez; mucho tiempo sin estar a solas con ella, siempre a mano una luz que encender, una voz a la que escuchar, alguien a quien abrazar; sobre aquella cumbre no había escapatoria, sólo la aurora le sacaría de allí, más tarde, quizás demasiado. No cerró los ojos, no quiso, sino que la miró de frente, sin temor, seguramente lo había escondido; se dispuso a prestarle oídos, a sentirla, a saber de ella sin distracciones. Comenzó a sentir el silencio que le rodeaba y fue entonces cuando la escuchó:

    "Soy el lugar donde más brillan las luces, donde mejor se ven sus colores y formas, pero también donde el rayo parece más amenazador y su trueno resuena con más furia en mi silencio.
      Soy un manto de estrellas que iluminará tus sueños, donde se piden los deseos y nacen los cuentos, pero también soy la oscuridad completa cuando me cubre la bruma, y en ella los sueños tornan pesadillas de peligros que casi siempre sólo imaginas.
      Soy donde más hermosa la luna llena brilla, la que la acuna para que crezca radiante, y quien la consuela cuando mengua, pero también soy quien la oscurece y la hace desaparecer hasta dejar el cielo vacío de luz refleja.
      Soy la calma y el sosiego, quien te invita a pensar con la tranquilidad que el día niega, quien te abre la cama para el reposo, y soy del mismo modo la que pasa lenta, parsimoniosa, la que parece eterna cuando el alma se desvela y el sueño no llega.
      Soy las luces de las calles que se encienden y la oscuridad que queda al apagarse. Los brillos del mar que la marea te acerca bañándote los pies de luz ajena, y además soy el mar más negro, el más oscuro, fúnebre, cuando se ocultan los resplandores del firmamento.
      Yo hago espacio para la ternura, cuando la vista no sirve y las caricias son el único lenguaje. Mi oscuridad es una excusa para que el tacto alce la voz, la piel escuche al fin y entienda su mensaje. Pero en ese espacio también cabe el dolor que viaja anónimo buscando una víctima que le escuche.
      Todo esto es lo que puedo ser. Yo estoy aquí, pero lo que soy, está dentro de ti."

    El amanecer le sorprendió dormido sobre una mata de tomillo a la que se abrazaba. Los colores habían regresado a su alrededor, la luz habitaba el lugar que había ocupado la noche. Subió a descubrir porqué el atardecer aceleraba su pulso, porqué le faltaba el aire y los sentidos se alteraban. Comenzó a bajar la montaña pensando si había descubierto la respuesta, si el amor o el miedo eran la respuesta. Quizás nunca lo sabría. O sí.

Comentarios

  1. Me ha gustado leer esa noche y ver como, poco a poco, va dejando paso al amanecer. Un abrazo, Luis.

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  2. Se trata de la respuesta a la pregunta de una amiga sobre que significa la noche para mí. Escrito a mano y al vuelo, pero creo que he plasmado lo que quería. Un abrazote.

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  3. La noche, cómplice de sueños, de nostalgias. De dolores y de anhelos. Confiable siempre: llega cada día. Y cada día se despide cuando vuelve la luz. Indisolubles la luz y la oscuridad. Dos lados de una misma moneda. Como la vida y la muerte. Como el sí y el no. Como el amor y el odio. Mientras no haya indiferencia, que llegue la noche y nos cobije para poder acoger la luz cuando el amanecer se cuele otra vez, cada mañana.

    (Amigo, mi intención era decirte que qué bonitas tus palabras y qué plástica la imagen que pintas y, ya ves, las palabras, inspiradas por las tuyas, se colaron antes. Te mando un abrazo grande.)

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  4. Somos cocineros de las palabras. Nos inspiramos mutuamente. Nuestras sensibilidades, tan parecidas, nos llevan a formas de expresarlas a veces diferentes a veces pariguales. Leerte es siempre un amanecer. Un AbrazotE.

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