Trovadores V: Puente sobre aguas turbulentas, Simon y Garfunkel.

    Cuando llegaron a mí sus primeras notas, ellos ya se habían separado. La radio, a veces, nos devolvía sus voces, canciones que no me pertenecían, robadas a los sueños de la generación que me precedió y que convirtió cada estribillo en un himno. Los sonidos del silencio sonaba a menudo en la radio, en versiones propias o ajenas, y las imágenes que evocaba las habitaban jóvenes de pelo largo, anchas ropas y cintas en el pelo, que creían en el amor libre y en un movimiento hippie que hacía años que había desaparecido. Todo ello revestía de una aureola de misticismo a las canciones de este dúo desigual: un compositor genial y un cantante imposible de imitar.

    No era tan fácil encontrar discos en aquellos tiempos, a punto de terminar los años setenta. Quisieron los dioses que, en mi cumpleaños, mi hermano me regalara "Puente sobre aguas turbulentas". La verdad es que lo primero que me llamó la atención del disco fue que el título estaba escrito con letras paridas con la regla que utilizábamos en el colegio, o al menos esa fue la impresión que me dio: habían borrado el título en inglés y escrito con esmero su traducción al español.

 
     Miré los títulos de las canciones. No estaba Sounds of silence. Una pequeña desilusión. No conocía la del puente, ni muchas de las demás. Por suerte sí que venían The Boxer y Cecilia. 

    Cuando puse el disco, me maravillé. Aquella canción desconocida, que me exigía cinco minutos de atención, era un monumento. Aún hoy, pienso que "Puente sobre aguas turbulentas" es la mejor canción pop jamás escrita, y por muchas versiones que aparezcan, por mucho que envejezca la voz de Art Garfunkel, no habrá nada que pueda compararse a escuchársela a él.

    Mi generación ha tenido oportunidad de verlos cantar, que se reunieran para nostálgicos antiguos y nuevos, y nos permitieran, siquiera por un momento, pensar que nosotros también estuvimos en aquellos años sesenta, predicando el amor libre y la paz en el mundo. El concierto en Central Park, con cientos de miles de personas, siempre será un punto de encuentro emocionante, que las tecnologías nos acercan hasta el reproductor de DVD.

    De ese concierto, me quedo con una imagen que a menudo se repite en mi mente: cuando cantan "Los sonidos del silencio" , el realizador se fija en una chica, una mujer, con una cinta en el pelo, las manos en los bolsillos, mirando al suelo. Sé que algún día escribiré un cuento sobre ella, porque es toda una historia, un mensaje, una nostalgia que aún se debate en mi interior, sin acabar de decidir de qué forma quiere salir a mostrarse.


    Conservo ese LP de vinilo como oro en paño, como un tesoro que me abrió las puertas para conocer a Simon y Garfunkel. Luego vino en CD, otros títulos más llegaron de los mismos autores, pero el sabor, el aroma de ese disco, esa primera luz sobre sus sonidos, no la tienen los demás.

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