Cuaderno de bitácora V: Mi compañero es negro, yo blanco.

 Mi compañero es negro, yo blanco,
dos hombres de color, cada uno el suyo,
trabajando juntos.
Cada día. Cada semana. Cada mes.
Yo lo respeto.
Él me respeta.
No veo el color de su piel.
Él no ve el mío.



Mi compañero es negro, yo blanco.
Si no me fijo, si no presto atención, 
el color de su piel pasa desapercibido,
como a él le pasa el mío,
como si fuese el color de sus ojos,
de sus dientes,
de su pelo,
de su sangre,
que es el color de mis ojos,
de mis dientes,
de mi pelo sin las canas del tiempo,
de mi sangre.

Mi compañero es negro, yo blanco,
sólo la piel es diferente:
el corazón a la izquierda,
el cerebro partido por la mitad,
los pulmones precisan aire para respirar,
compartimos el pan que sacia el hambre, tan igual la suya y la mía,
el agua que calma nuestra sed, la misma para los dos,
el cansancio que nos ataca por igual.

Mi compañero es negro, yo blanco;
murió uno de los suyos bajo la violencia de uno que no es de los míos.
Porque yo no soy el color de mi piel.
Porque él tampoco lo es.
Porque el que cayó bajo el peso de aquella rodilla blanca
podíamos ser cualquiera.
Porque hoy ha sido el color de la piel,
y mañana será una mujer maltratada,
y pasado los abusos a un niño,
y al otro un anciano abandonado.

Mi compañero es negro, yo blanco.
Él llora por un muerto.
Yo me avergüenzo por un vivo que no merece vivir.

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