Trovadores VIII: ¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla!

 

¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla! Yo no sabía entonces que una canción podía hablar de la vida real, cuando Alberto Cortez comenzó a explicar a la presentadora del programa de televisión que su hermano Goyo, al fin, había tenido un hijo. Ella, la actriz Verónica Castro, lo miraba enternecida, mientras el trovador nos hablaba de lo sucedido, sin dejar de jugar con el piano mientras tanto.

 

    Cortez derramó su amor por el hermano mayor y habló de que en su niñez cuidó de él, también de sus dificultades para ser padre y de una carta de su madre que, emocionada, le contaba, al fin, que Goyo había sido padre. "A la vejez, viruelas", le dijo. De pronto, comenzó a cantar:

 

 

¡Qué maravilla Goyo, que maravilla 

ha brotado un retoño de tu semilla!

 

 En ese momento cobraron sentido todas las canciones suyas, las de Serrat, Víctor Manuel. Silvio, Pablo Milanés, Facundo Cabral, Victor Jara y tantos otros aún no habían llegado o acababan de hacerlo. Pero sí las de Aute, que tantas veces cantamos en el Instituto, o en la Glorieta en inocentes sentadas reivindicativas de Dios sabe qué. Entonces descubrí que "Las cuatro y diez" eran reales, que él no quería que la chica llegara tarde a clase de francés. Que aquellos cantautores me habían estado contando historias que yo no me había creído, porque no sabía que eran, de alguna manera, verdad. Saludé al Titiritero y al Drapaire que Serrat veía pasar por las calles de su barrio; a la Romería a la acudió la madre del bueno de Victor Manuel a dar gracias por curarse de un cáncer; al rincón del alma del propio Cortez; al mes de Abril del 74 en el que preguntamos a los amigos de Lluís Llach si buscaban las primaveras libres.

    No tuve ninguna duda, Goyo existía, era su hermano, el cantor iba a ser tío y estaba muy feliz por ello. Y nos lo contaba cantando. Mi madre y yo nos emocionamos viendo aquella entrevista por televisión. Me alegré por aquel hombre al que no conocía, pero aún más porque se abrió delante de mí, y para siempre, una forma de entender las canciones, sobre todo aquellas compuestas por trovadores que escriben lo que viven. Desde aquel día, hasta hoy, cada vez que sucede algo feliz, algo que celebrar, repito como una letanía: ¡qué maravilla, Goyo, que maravilla!

 

Os dejo el enlace de aquella actuación. ¡Qué maravilla, Goyo, qué maravilla!

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