Cuentos del diccionario II: El nicho

Entró al cementerio como quien entra en un centro comercial; buscó al camposantero y le preguntó por los columbarios nuevos que habían levantado hacía solo unas semanas.

-Están en la zona sur, por la calle de los Santos Arcángeles, todo recto -le indicó.

-Pero ¿no me acompaña? -interrogó el visitante, extrañado.

-¿Tiene miedo a perderse? -respondió el interpelado con sorna.

-¡Hombre! Quiero comprar un nicho. Alguien me tendrá que atender, digo yo.

-Eso es que me ha visto usted cara de cajero del Mercadona ¿no? Pues solo me faltaría que me endilgaran también ese trabajo. Escoja uno, anote el número de nicho y diríjase a las oficinas del tanatorio.

El visitante se fue camino de la zona nueva visiblemente molesto por lo que consideraba una atención desastrosa. Llegó a un lugar más espacioso que la zona antigua y se encontró con tres columbarios formando una especie de herradura pero con sus ángulos rectos, cada uno de ellos de unos veinte o treinta metros de largo, en cuyo centro había lo que pretendía ser un pequeño jardín que, en aquellos momentos, recién construido, era un auténtico retestero a la espera de que los cipreses encargados de asombrar el terreno ganasen algo de altura y frondosidad.

Casi todos los nichos eran a estrenar, apenas una docena de los doscientos cuarenta construidos estaban ocupados. Las lápidas, de mármol todas, lucían los nombres de sus vecinos, las fechas de nacimiento y deceso y los inevitables "no te olvidan" en letras de caligrafía reciente.

Se entretuvo en hacer un pequeño censo: diez hombres y dos mujeres, estas fallecidas a una edad mucho más avanzada que sus compañeros de barrio.

-Nos morimos antes nosotros que ellas. Será por la mala vida que nos dan -se lamentó, amargado.

Eligió uno de los muchos que quedaban libres, se metió dentro para ver si estaba cómodo.

-No, este no -se dijo-. Aquí no llegará la sombra de los árboles cuando crezcan. Mejor en el otro lado.

Llegó por la tarde a la oficina del tanatorio con todos los datos del apartamento con vistas al futuro que había elegido, tras meterse en casi un centenar de ellos, los que estaban más alto no pudo probarlos, y repartir una buena serie de sustos a los pocos visitantes que pasaban por allí a honrar a sus deudos.

Firmó los papeles de la compra, pagó en efectivo los tres mil novecientos setenta y un euros con seis céntimos, IVA incluido, que costaba la propiedad y se marchó plantificando dos sonoros besos en las mejillas de la sorprendida oficinista de la funeraria, que en el mismo lote quiso incluir un ataúd de madera noble, con mecanismo de llamada por wifi desde el interior, para prevenir posibles catalepsias sin que el efusivo cliente mostrara ningún interés a pesar de lo magnifico de la oferta.

Cogió un taxi hasta el puerto. Allí se dirigió hacia una pequeña barca pesquera en la que le aguardaba un viejo marinero, con aspecto de lobo de mar portugués, fumando tabaco maloliente y con manos arrugadas, que trajinaba con las redes que se extendían por la popa. El nuevo propietario del nicho 745 subió a bordo saludando al hombre sin excesivo entusiasmo. Este soltó la estacha, arrancó el motor y la embarcación se hizo a la mar cálida y tranquila del Mediterráneo.

El anciano no preguntó rumbo ni destino, como si supiese donde ir. Por la mañana aquel hombre trajeado había ido a preguntarle si alquilaba la barca, que le pagaría bien por unas horas de navegación y que lo único que necesitaba a bordo eran unas botellas de marrasquino para una celebración privada, le dijo.

-¿Entonces, vendrá más gente? -preguntó el marinero- Aquí no caben más de cuatro o cinco personas.

-No, iremos solos.

-¿Celebración?

-Íntima y personal.

El hombre no preguntó más. Se procuró unas botellas del licor que le habían pedido, unos vasos también, repostó el depósito de diésel de su barca y aguardó cosiendo las redes a que llegara aquel desconocido con el que ahora navegaba a solas.

El visitante comenzó a beber el marrasquino como si se tratase de una bebida suave. No tardará en caer si sigue a ese ritmo, pensó su anfitrión. Cuando había vaciado la primera botella, comenzaron a hacerse evidentes sus efectos. El hombre se puso de pie, con el vaso en la mano, y comenzó a cantar, vocinglero:

-Que sí, que sí, que a la Parrala le gusta el vino, que no, que no, ni el aguardiente ni el marrasquino.

-Pues no está cantando por la Piquer. Bueno, cantar es un decir, grita como un condenado, este nos deja sin pesca para los restos. Los peces no se van a quedar al concierto-se lamentó el timonel.

-¿Por quién llora, por quién bebe, por quién sufre la Parrala? Será cabrona la Parrala. Si me la ponen delante, la mato. Por mis muertos que la mato.

-Como le oiga alguien nos llama al 016, animal, que no está el horno para esos bollos. A una mujer no se le toca.

-Pero ¿ve usted a alguien por aquí? -dijo, girando sobre sí mismo al tiempo que señalaba a su alrededor, lo que le hizo perder el equilibrio y a punto estuvo de caer por la borda como una peonza sin control.

-Siéntese, hombre de Dios, que no estoy yo para rescates heroicos. Haga el favor.

El tonadillero se sentó pero siguió cantando y hablando.

-Dos hombres riñeron una madrugá, cerca del cormao donde ella cantaba ... Hija de putaaaaaaaa, ¿dos hombres riñeron una madrugá? Lo tenía que haber matado. Y a ti, como en la ranchera de Antonio Aguilar "se me embaló la pistola": los dos al otro barrio.

Entonces cogió una pequeña maleta que llevaba consigo, la abrió, y el marinero pudo ver que estaba llena de billetes de 500 euros.

-¿Estamos muy lejos de la costa? -preguntó con la lengua perdida en el marrasquino.

-A veinte millas.

-¡Perfecto!

Cogió un puñado de billetes y, sin contarlos, se los tendió al patrón.

-Tome, la propina.

El hombre los tomó asombrado. Debía de haber cinco o seis mil euros en aquel manojo.

-¿Qué va a hacer usted con eso? -preguntó el marinero, señalando el dinero con la cabeza.

No tuvo tiempo de recibir una respuesta. Su huésped arrojó los billetes al mar y, detrás de ellos, la maleta ya vacía.

-¿Está usted loco? ¿Cuánto dinero había ahí?

-Tres millones de euros, menos lo que le he dado y los tres mil y pico que me ha costado un nicho con derecho a jardín de cipreses que me he comprado esta mañana.

-Lo dicho, está usted loco.

-Me ha pedido el divorcio -dijo, bebiendo marrasquino directamente de la botella-. La pesqué en la cama a caballo de mi jefe de contabilidad y encima me pide el divorcio ella a mí.

-¿Y por eso da de comer tres millones de euros a los delfines?

-¿Hay delfines por aquí? Se asomó por la proa, y hubiera acabado en el agua de no ser por su anfitrión que lo cogió al vuelo por los pies antes de que cayera.

-Separación de bienes -dijo, bailoteando la botella delante de la cara del marinero una vez recupero la verticalidad-. Todo a su nombre. Me he quedado sin nada. Se quedará con las propiedades, pero el dinero le ha volado. Bueno -rectificó señalando al mar- mejor dicho ha nadado -y se rio de su propio chiste.

-¿Sabe qué me dijo anoche antes de irse a casa de su amante a cabalgar sobre él? -continuó.

-¿Qué?

-Que no tendría ni donde caerme muerto, que se lo quedaría todo. ¡Ja, ja, ja! Qué equivocada estaba. Es lo único que tengo.


Palabras del diccionario y sus culpables

Retestero (La fuente de la edad, Luis Mateo Díez) Palabra desaparecida. Escribí sobre ella hace tiempo en este blog. Retestero, palabra desaparecida.    

Vocinglero (La trampa, Ana María Matute)

Columbario (La voz conversa, Arantxa Esteban)

Estacha (Ella, maldita alma, Manuel Rivas)

Marrasquino (La Parrala, León, Rodríguez y Quiroga)



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