Zach

Llegando a los cincuenta, uno corre el riesgo de sentir el vértigo de los años vividos y pensar que lo venidero no será más que una cuesta abajo hacia el final del camino. Qué no seremos mejores de lo que fuimos, o como dicen en mi tierra "xa fun mais do que son", ya fui más de lo que soy, resulta una terrible sentencia del devenir humano. Al pararme a pensar en todo ello, y con la cercanía del medio siglo sucede más a menudo de lo que quisiera, a veces cunde el desánimo al creer que no conseguiré ser mejor padre o marido de lo que hasta ahora he sido. O mejor trabajador de lo que ya fui. O que nunca conseguiré jugar mejor ajedrez de lo jugado. Y aunque los años nos recubren de una aureola de serenidad que nos permite disfrutar plácidamente de lo conseguido y del placer cotidiano de respirar, que no es poco, uno no puede abstraerse de la desilusión de no seguir creciendo como persona.

En esas andaba, cuando mi ángel de la guarda me lleva al sitio concreto donde darme una lección. Zach es mi ángel, cuando nos cuenta sus últimos meses de vida, sabiendo que su muerte es inminente e inevitable. Y resulta que Zach sigue creciendo, a pesar del muro infranqueable que le detendrá más pronto que tarde. Él sabe cuando y como, pero eso no le detiene. Zach se enroca en su propia enfermedad, la arrincona, y se decide a ser aún mejor, a hacer felices a los demás. A amar aún más. A compartir su vida, no su muerte ni su dolor. Sin autocompasión, sin renunciar a sus sueños. No puedo faltarle al respeto, ya no. Zach me ha dicho, sin querer, que debo tratar de ser mejor padre, mejor marido. Qué puedo trabajar mejor aún. Qué la partida perfecta todavía no la he jugado, pero no hay nada que me impida seguir luchando por intentarlo. Gracias, Zach, no olvidaré nunca tu valor ni tus ganas de vivir. Allá donde estés, qué Dios te bendiga. Tu ya sabrás de qué color es su piel.

Mis últimos días. Zach Sobiech.

Clouds. Su más famosa canción cantada por 5000 amigos.

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