La biblioteca de la buhardilla VIII: La casa del Belén.

Lolita Lombao vivía en una casa del Belén. Cada noche sus ventanas se iluminaban de rojo inesperadamente y la vivienda iba y venía de la oscuridad a la luz, espolvoreando su reflejo sobre un fino hilo de lluvia que regaba de rojo toda la calle siquiera por un momento.
Xanín esperaba ver toda aquella magia acurrucado tras su ventana al otro lado del descampado, invisible a aquellas horas de la tarde. Algunas noches no sucedía. A la magia me refiero. La casa de la amiga de su madre permanecía a oscuras como si el prestidigitador hubiese olvidado su varita en el camerino y no hubiese conejos para sacar de la chistera. Entonces Xanín se bebía el vaso de leche tibia y se marchaba a dormir a las puertas de la desilusión.

Cada noche se sentaba tras la ventana mientras su madre preparaba la cena para la familia. El reflejo intermitente de su propio Belén le iluminaba el rostro como un rubor espontáneo que duraba lo que un parpadeo. Cuando la casa de Lolita Lombao se iluminaba, Xanín corría donde su madre a avisarle de la buena nueva: "se ha encendido, mamá, se ha encendido; es una casa de Belén gigante".

Una noche, la noche de un mal día, se encendió la luz de la vecina. La alegría de Xanín se evaporó junto con la magia que él suponía: "No es un Belén, no seas crío. Lolita es sorda, y cuando tocan el timbre se encienden lámparas rojas en toda la casa para que sepa que están llamando". La lluvia de la calle dejó una muestra en sus ojos y rodó sobre sus mejillas para llegar al suelo. Xanín se fue a la cama sin beberse la leche, agarrado a la tristeza como a la almohada. Se quedó desconsoladamente dormido, tanto por la magia ausente como por la crudeza con la que partió.

Transcurrían los días de la Navidad con sus luces, adornos, villancicos y dulces. Xanín había perdido los ojos que hacían brillar todo aquello. Su madre, una mañana, lo vistió como para un paseo y, abrigados, bordearon el descampado por la acera para llegar a casa de Lolita Lombao. Subieron. La mujer les abrió la puerta. Pasaron a la cocina donde las dos mujeres estuvieron charlando un buen rato mientras el niño coloreaba unos cuadernos que se había llevado de casa. En un momento en el que la anfitriona fue al baño, Xanín le reprochó a su madre: "No es sorda, estáis hablando todo el rato". Su madre le replicó, "me lee los labios. ¿No notas que habla raro? Es porque no se escucha".
Xanín no lo había notado. La mujer entró con algo entre las manos. "Toma, Xanín, esto es para tí. Es de cuando vivimos en Alemania. Son villancicos" Y le tendió un disco de 45 revoluciones, con la cara de un niño angelical mirándole a los ojos con inocencia.

Volvieron a casa. Las luces del Belén, las del árbol, las guirnaldas por todas partes y el centro de mesa con ramas de pino y velones no habían recuperado la magia. Xanín seguía viendo todo gris desde el día en que supo que la casa de Lolita Lombao no era una casa del Belén. Aquella noche se sentó ante la ventana a esperar que su padre llegara de trabajar, mientras escuchaba villancicos en el tocadiscos y en la casa salpicaban las luces del Belén. Iba cambiando uno a uno los discos cuando terminaban. Llegó al nuevo, que había dejado para lo último pues pensaba que, en alemán, no le iba a gustar. La aguja del tocadiscos acarició unas voces limpias, serenas, que cantaban como abrazando a quien escucha. Xanín se envolvió de aquella Noche de Paz en lengua extraña, del titilar del árbol y el Belén, del aroma a serrín y pino y del sabor a turrón y mazapanes. A lo lejos, la casa de Lolita Lombao volvía a iluminarse de rojo. No había nadie en la puerta que tocara el timbre, era la magia. Miró al niño que le observaba desde la portada del disco. Le habló. Sí, el niño le habló como todos hablaban a Lolita Lombao: sin voz. Y él le leyó los labios: Feliz Navidad.

(En recuerdo de Lolita Lombao, amiga de mi madre a la que sólo vi una vez. Y me regaló un disco que guardo como un tesoro y del que habla el cuento y cuya portada ilustra este relato)

Comentarios

  1. Maravilloso, Luis. Conmovedor. Me llena de la nostalgia tibia de la Navidad.
    Gracias y Feliz Navidad!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Ligia. Y lo que cuento, con una mirada literaria, ocurrió de verdad. Ese disco es un recuerdo que existe fuera de esta historia, que me regaló Lolita un día. Quien me iba a mi a decir que iba a vivir cerquita de la ciudad del coro. Feliz Navidad.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Cuaderno de bitácora XIII: Censura

El baúl de las palabras I: Retestero.

Cuaderno de bitácora XV: Mirando por la ventana