La biblioteca de la buhardilla XII: El villancico.

El niño quería hacerse invisible sentado en su pupitre. Escuchaba a sus compañeros cantar villancicos al lado de la mesa del profesor, y rogaba al Niño aquel que nadie sabía de quién era que no le hiciesen cantar a él. Juanjo, Miguel, Lucía, Campana sobre campana, los Peces en el río, la Marimorena. Unas veces coreados por palmas, otras por risas burlonas. ¿Se reirían de mí? pensaba.


    Era el nuevo de la clase, de apellido impronunciable, con notas de empollón y hechuras de no serlo. Aquel día era el último antes de las vacaciones de Navidad. Por la ventana del aula, el niño veía la ventana de su casa, donde a veces se asomaba su madre, sacudiendo las alfombras, o charlando a gritos con alguna vecina.

      - ¿Quién va a cantar ahora? - preguntó el profesor.

    Las cabezas de todos comenzaron a girarse como periscopios en alta mar buscando al enemigo. El ángel del Señor debió de iluminar la sala, porque casi todos señalaron en la misma dirección.

     - Vieito.
     - Sí, Vieito, y que cante un villancico en gallego.

   El niño nunca había cantado en público. Se moría de vergüenza. Salió a la pizarra con paso de procesión, arrastrando los pies al tiempo que hacía memoria de alguna panxoliña. Toda la clase estaba pendiente de él. Unos con naturalidad, otros con la burla al borde de la boca a punto de saltar a por su víctima. Las chicas, la mayoría, con un gesto tierno de compasión.

    - Os anxeliños do ceo cantan cantiguiñas meigas...

   La ventana de su casa se abrió de par en par, y su madre se unió al auditorio desde el privilegiado palco. No podía oírlo, pero no le hacía falta, era feliz viéndolo. El niño la vio, y se olvidó de la timidez que le hacía cantar tan bajo que apenas se le escuchaba.

    - ... cantade ben baixo, petade puquiño, para que non desperte o noso Ruliño.

  Terminó el villancico entre aplausos y risas. Volvió a su pupitre, empujado entre vítores por amistosas palmadas en la espalda. Cuando se sentó, mientras buscaban otro trovador que entonara algún villancico, vio que en la formica de su mesa había algo escrito. Se echó a llorar. Aún hoy, casi medio siglo después, no sabe si fue de alegría o de pena.

        "Tu padre estaría muy orgulloso de ti"

  Feliz Navidad a todos.

(Este cuento ocurrió en parte. Me hicieron cantar un villancico en gallego, y lo hice a pesar de mi tremenda timidez. Más tarde, cantar en público sería algo natural para mí. Os dejo aquí el enlace del villancico que aún anda por mi casa)

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