Leer para escribir IV: Isabel Hernández, mi Maestra.

    Hace unos días compré por internet un ejemplar del Diccionario de uso del español abreviado, María Moliner. De segunda mano. No tenía ningún diccionario en mi casa de Alemania y, aunque utilizo el de la RAE online, me gusta el manejo del libro tradicional. Un comentario de mi hija puso mis recuerdos a trabajar. Ella me dijo que pertenecía a la generación de las nuevas tecnologías, y prefería los recursos informáticos.

    Ese comentario me hizo pensar a qué generación pertenezco yo. Uso con normalidad y naturalidad los recursos informáticos, pero abandonar el diccionario me parecería ser infiel con el esfuerzo que realizaron mis maestros y profesores, no es lo mismo, en mi educación escolar. Y vino a la memoria, una vez más, mi querida tutora de tercero de primaria, Isabel Hernández, en el colegio de los Padres Franciscanos de Alicante.

    Sólo estuve un curso con ella, pero los pequeños hábitos que inculcó en mí llegan hasta hoy en día, cuarenta y cuatro años después. Fue mi padre el que plantó la semilla de la lectura. Él murió cuando yo tenía 7 años y ya había comprado más de cien libros para mí. Al morir, mi madre heredó su costumbre, nunca le dolió el dinero si era para un libro, siempre que lo leyera.

    Pero la semilla precisa de tierra y agua para germinar. En tercero de EGB me encontré a la mejor jardinera que podría haber soñado. Se llamaba Isabel Hernández y he de saldar de alguna manera la deuda de gratitud que mantengo con ella, a quien le debo lo buen lector y escritor que pueda yo ser hoy en día.

   Al recordar aquel aula del primer piso del Colegio San Antonio de los Padres Franciscanos, lo primero que me viene a la memoria es el olor del armario donde guardábamos los diccionarios y bolígrafos. Dice Proust que los recuerdos asociados al aroma son los que más perduran. Ese olor permanece en mi recuerdo como tinta indeleble en la hoja escrita. Fue la primera vez en mi entonces corta vida que me sentí protegido en un aula, sin miedo a un golpe, a un grito, a un la letra con sangre entra de mi colegio anterior. La señorita Isabel tenía el imán de la curiosidad en la voz, nos atraía hacia ella con una fuerza invisible que no pudiéramos enfrentar.

    Mi padre me enseñó a leer desde muy pequeño. Ella me educó a apreciar lo que leía. Me mostró la magia de los puntos, las comas, las pausas en los textos. A encontrar matices que no conocía. Leía de corrido, deprisa, como un loro. Aquello cambió. Aprendí a saborear las lecturas, a entenderlas, a no tener prisa por acabar. A ello tuvo mucho que ver lo acertado de la elección del libro de lecturas de aquel curso. El Senda 3 de Santillana.

Una pandilla de niños, capitaneados por Pandora, la dueña de los vientos, nos llevaría a lo largo de todo el curso de aventura en aventura. Hubo un fragmento que me impactó, y que además la señorita insistió en que lo leyéramos varias veces. En él, Pandora se sorprendía de lo bien que hablaba uno de sus nuevos amigos. Le felicitaba en público y él se sentía muy feliz.
Ese simple detalle provocó que desde entonces procurara hablar siempre con propiedad. No podíamos defraudar a Pandora ni, por supuesto, a la señorita Isabel que le daba mucha importancia a que habláramos bien.

     No es sólo la lectura lo que inculcó mi profesora. Una costumbre que también ha permanecido a lo largo de mi vida, algo de lo que hablábamos al comenzar: el diccionario. Mi maestra nos lo hacía coger cuando empezaba la hora de lectura, y buscar en él las palabras que no entendiéramos de las lecturas del día. Luego las escribíamos en la libreta con su significado. Fue ella la que nos enseñó a viajar por aquel mercado de palabras y significados. La que nos ayudó a memorizar el abecedario y nos ponía listas de palabras para buscar como ejercicio. El hábito de anotar las palabras que no entiendo, no fue sólo una costumbre escolar.


     Esta ficha es de hace poco. Lo que mi profesora inculcó en mí, perdura. De vez en cuando cojo unas pocas fichas de palabras que en su día no conocía, y escribo un relato, un poema, una reflexión donde aparezcan todas ellas. Como ejercicio. Y como homenaje a una Maestra que si bien sólo estuvo un curso conmigo, ha permanecido toda una vida a mi lado. Muchas gracias, Señorita Isabel.

Comentarios

  1. Ay, Luis Ma., me has hecho volver a mi propia primaria, cuando también llevé aquellos libros de la serie Senda y, aunque no recuerdo con tanta precisión las lecturas, sí sé que los disfrutaba mucho. Y a mi maestra de 3o, Miss (sí, acá les decíamos así por influencia del inglés y a mí ahora me llaman igual...) Evangelina que nos enseñó las reglas de acentuación, que yo a mi vez enseño ahora, casi con sus mismas palabras. En mi caso, la maestra más definitoria en el camino de la lectura y escritura la tuve en la secundaria y la preparatoria: Miss Rull (de nombre Ángeles, nacida en Orán y refugiada en México después de la Guerra Civil), con quien leí desde Berceo hasta Pedro Páramo, pasando por el Quijote y muchas lecturas más. Y ya para despedirme te cuento que hace unos días me enteré que a un alumno mío de primero de secundaria le "da flojera" usar el diccionario; yo no entendía por qué, hasta que me di cuenta que no se sabe el abecedario de memoria... Quedé estupefacta. Quizá me aboque a la tarea de enseñárselo, que nunca es tarde... Te mando un abrazo.

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    1. Me parece a mí, querida amiga, que tenemos sensibilidades muy similares. Me alegro muchísimo de que te haya hecho recordar tu niñez y a tu maestra. Siempre les estaremos agradecidos. Un AbrazotE enorme.

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  2. Qué día más apropiado para leer este precioso homenaje. Precisamente anoche nos reunimos alrededor de una mesa, unos cuantos amigos del colegio. Nos acompañó nuestro profesor Dn. José Luís Seller, y entre recuerdos y muchas risas, nos hizo una reflexión: "formamos parte de nuestras vidas desde hace 43 años. Y eso deja huella" .
    Y tanto que deja huella!!!
    Le hicimos un presente sobre alguien tan nuestro como es Jorge Juan, intentando que cuando se sumerja en sus páginas, se sienta "tan nuestro" como nosotros lo sentimos a él y a nuestra querida Srta. Josefina Azorín, a la que siempre le estaré eternamente agradecida por tu entrega y dedicación.
    Un abrazo amigo.

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    1. Los buenos maestros dejan una huella imborrable en sus alumnos. Tuve muchos muy buenos, pero a dos de ellos los tengo siempre presentes. Una es la maestra del texto. El otro, qué te voy a decir del otro, si nos entrenó a los dos.

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