El cortejo de las musas V: Viviendo en el límite de la imaginación.

Llevo tiempo viviendo en un lugar horrible. Allá donde ocurren cosas terribles, y quienes me rodean no saben si sus vidas llegarán a escuchar los próximos cuartos de la muda campana. Los veo, los escucho, los siento sufrir y esperar, de esperanza y espera, los oigo llorar. Ellos no me ven, pero estoy. Me convertí en prisionero voluntario para convivir con ellos y contar sus vidas y quizás sus muertes. Casi ninguno saldrá vivo de allí. Alguno apenas.


    Conozco la Historia de lo que pasó en aquel tiempo, en aquellos lugares. Todos la conocemos. No me interesa. No es eso lo que quiero contar. Hablo de sus sentimientos. De lo que nadie nos ha contado, lo que todo el mundo ha dado por supuesto. Como si millones de muertos, muchos más heridos, sobre todo en el alma, se resumieran en una frase, en una palabra, en una cifra. Un muerto, un herido, duele a mucha gente, germina miedo en quienes lo ven morir, herirse, llorar. No son restos lo que descansa en fosas, o bajo lápidas tardías, o en homenajes de piedra y arte. No, no son restos: son ilusiones truncadas, son padres que vieron morir a sus hijos, hijos que perdieron a sus padres, hermanos de los que nunca más se supo, ancianos que no pudieron saborear la vejez;  son una vajilla que no volvió a vestir ninguna mesa, una mesa a la que nadie se pudo volver a sentar para compartir un pan que nunca conoció un horno que lo quisiera albergar.

Sí, llevo tiempo viviendo en ese lugar horrible. Es mi forma de escribir: antes de la palabra, es preciso ese viaje. Qué ellos me cuenten, me muestren lo que os quieren decir. Muchos se irán, me dejarán un vacío triste que también habré de contaros. Es lo más difícil de escribir, despedirse de ellos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuaderno de bitácora XIII: Censura

El baúl de las palabras I: Retestero.

Cuaderno de bitácora XV: Mirando por la ventana