Cuaderno de bitácora II: Oratorio Festivo, mi colegio.


Este año se ha celebrado el Centenario del Colegio Diocesano Oratorio Festivo, los actos finalizaron este viernes. Estar tan lejos no me ha dejado formar parte de la fiesta, pero mi orgullo por haber pertenecido, por pertenecer a ese colegio, no alberga duda alguna.

El colegio es algo más que un edificio y un patio. Somos los alumnos, de hoy y de ayer. Es el personal de servicios, quién me iba a decir que aquella limpiadora que me perseguía con la escoba por haber golpeado con el balón la ventana del laboratorio, acabaría siendo mi suegra. La gente de administración, los directivos no docentes. Y son sobre todo los maestros, mis queridos maestros. De ellos quería hablaros hoy. Al arrimo de una foto que el colegio ha publicado en su página de Facebook, no he podido menos que pensar en la deuda que contrajimos con ellos. Y que dudo que hayamos estado a la altura a la hora de saldarla.

      Mis queridos maestros andan ya jubilados. Deberían de estar satisfechos por la tarea desempeñada, tantas horas de pizarra y pupitre, de patio y aula, de niños que vienen y van. Pero su labor aún no ha terminado, ni mucho menos. Todo lo que transmitieron a sus alumnos, permanece en cada uno de nosotros. Cada vez que cogemos un diccionario para buscar una palabra, o cuando piensas en la capital de un país, en una división que se te atraganta por la falta de costumbre, malditas calculadoras, o cuando te enredas en la concordancia entre verbo y sujeto. Ellos están ahí,  recordándote la lección impartida hace más de cuarenta años.

    Pero sí sólo fuesen eso, lecciones, seguramente nos habríamos olvidado de ellos hace tiempo, o quedarían como un recuerdo lejano al que recurrir cuando evocamos nuestra niñez. Fueron, los maestros, mucho más. Fueron la confianza que depositaron en que tú podías hacer aquello que se te resistía, que la perseverancia tenía premio. Fueron las horas de patio, más allá del horario lectivo, compartidas entre tutor y alumnos, con un balón de por medio. Teníamos un sitio a donde ir los sábados por la mañana; y también en las tardes de verano para jugar partidos de baloncesto eternos. Era una puerta abierta para que el colegio fuese nuestra casa.

    Luis Aurelio Martínez fue mi tutor, dicen las actas que en 5º, 6º y 7º, y siguió siendo mi profesor de matemáticas, gimnasia y naturales en 8º, pero aquello duró mucho más. La base del baloncesto que sé, la puso él. Si fui el primer entrenador de Novelda en obtener el Título Superior fue gracias a la semilla que él depositó en mí. Lamento no haber sido un jugador más disciplinado, quizás hubiera podido jugar mejor, pero los minutos de banquillo de los que disfruté, y fueron muchos, siempre los he tenido como merecidos.

   Vicente Pina nunca me dio clase, pero también ha sido, y es, una persona muy especial. He aprendido mucho de él, y es una persona con una sensibilidad especial. Por eso es el Capitán. Fue un honor entrenar a su hija hace unos años.

   El colegio es algo muy especial para todos, ya que es el hogar de la niñez. Que los recuerdos sean felices o no depende en gran manera de sus maestros, de la vida que nos dejaron llevar dentro de aquellos muros donde aún juega nuestra infancia. No deseo para mi Oratorio Festivo que sea el mejor colegio de ninguna parte, ni que tenga los mejores expedientes académicos, ni las aulas más bonitas y equipadas: quiero para mi colegio, y se lo pido a quienes lo tienen hoy en sus manos, que los niños que viven en estos días en él, tengan dentro de cuarenta años los mismos recuerdos que tengo yo hoy.

Comentarios

  1. Sencillamente excelente, comparto con satisfacción todo lo que cuentas en tu relato, yo sí soy de recuerdos y vivencias me habría gustado que mis cuatro hijos que estudiaron en el "Oratorio" le tuvieran el mismo aprecio que sus padres.

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  2. Que bonito tu cuaderno de bitácora dedicado al Oratorio Festivo.
    Yo no fuí alumna del colegio, pero formó parte de mi vida varios años. Vivímos enfrente (y sin embargo nunca estudié allí). Desde las ventanas del salón de mi casa se veía todo el patio.
    Así que pude disfrutar desde una posición privilegiada de todos los juegos de los estudiantes en el recreo, los torneos de baloncesto, festivales de fín de curso y todas las manifestaciones que se realizaban en el centro.
    Recuerdo aún el sonido de la sirena llamando a las aulas o cerrando la jornada escolar y sobre todo, aún recuerdo la suerte que tuve de ser amiga de una de las hijas del conseje y su familia que vivían dentro del colegio, porque cuando se cerraba el centro en verano, entrabamos en el teatro maravilloso que tenía el colegio y jugabamos en el escenario y entre bambalinas, un sueño poder jugar allí. Un recuerdo imborrable de felicidad en estado puro.
    Besos desde Italia.
    Maria José Quiles Diez

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  3. Tenemos la suerte enorme de haber fabricado hermosos recuerdos en nuestra niñez y juventud. Podríamos estar dando vueltas en nuestra calle durante años, alimentando esas memorias. Sin nada, o con muy poco entre las manos, supimos ser felices. Y nuestros mayores supieron ayudarnos a serlo. Bendita memoria.

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