En el nombre de los dioses

    Desde lo más remoto de los tiempos, digamos mejor desde que alguien tuvo la genial idea de inventar un dios y poner en su boca las leyes que por sí mismo no era capaz de imponer, la humanidad cuenta con un extenso catálogo de barbaries cometidas, justificadas por el mandato divino de las deidades fruto de la imaginación del hombre.

    Nunca alcanzaremos saber si existe un dios real, por eso se acuñó el término fe, que soluciona el problema de forma rápida. La fe es lícita, aunque pueda adormecer la mente, como sugirió Marx con su ocurrente "La religión es el opio del pueblo". El miedo a la muerte es un alimento voraz para que creencias y convicciones no precisen del comprobante empírico que normalmente exigimos a cualquier conocimiento por insignificante que sea.

    Creer no es malo en sí, como mucho, en caso de que ningún dios sea al fin real, nos llevaremos la desilusión de no despertar ante el tribunal que nos habría de juzgar en el Juicio Final. Será un sueño eterno, pero distinto al  esperado. Pero las religiones, en manos de los hombres y no de Dios, han sido cauce de dominación de la voluntad de las personas que en cada época sufrieron las iras de las cúpulas de cada creencia.

Sello de la Inquisición Española.

    La Cruzadas, la Inquisición, la Guerra Santa. Cristianos y Musulmanes, espada u hoguera en mano, sesgando vidas con poder divino otorgado por su propia y libre interpretación de los libros sagrados. A Jesús de Nazaret lo mató su propia iglesia: el pueblo judío que cimentó en aquella afrenta una mala fama que aún le persigue.

   Estos grandes magnicidios esconden, como detrás de un visillo traslúcido, otros despotismos, cotidianos esta vez, que se clavan en el día a día de quienes lo sufren. Iluminados convencidos de vivir en la gracia de Dios, que aleccionan a sus prójimos, algo menos convencidos de los mensajes de predicadores baratos, y miran por encima del hombro a los que no damos gracias por cada pan que llega a nuestra boca. Dame más que más merezco, porque soy creyente de algo que tú ni conoces,  porque estoy en gracia. Porque practico la oración y leo los textos sagrados. Porque voy a misa cada día.

   Y pretenden aleccionarnos por cada respiración, latido o parpadeo. Porteadores de una sabiduría y espiritualidad que, en realidad, no han llegado ni tan siquiera a vislumbrar. Carecen de la humildad del creyente verdadero, de la profundidad de la oración de quien no hace de la conversación con Dios un sermón público a la búsqueda del aplauso. Lectores superficiales del Evangelio que interpretan a su conveniencia. O del Corán. O de la Meditación Vipasana. En todas las religiones cuecen habas de esta cosecha.

   Dios o quien corresponda nos libre de ellos, como de todo mal.  Nosotros le pediremos el pan de cada día. A cambio trabajaremos, con el sudor de nuestra frente.

Comentarios

  1. pues si, cariño, que nos libren de todo mal, y evidentemente nos ganaremos el pan con el sudor de nuestra frente.

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