Pastel de Mantequilla con crema de leche

    A menudo, los más pequeños detalles son los que nos prestan mayores satisfacciones, sobre todo por lo sencillo que puede resultar que formen parte de nuestra cotidianidad, aunque, de la misma manera, sencillamente, pueden pasarse por alto y no disfrutar de ellos como deberíamos.

    Es curioso que mi hija Ariadna, en su blog www.lassonrisasnosoncaras.blogspot.com, ha afrontado el mismo tema, aunque desde una perspectiva diferente. Y cuando pensamos en ello, ambos estábamos separados, ella en Hameln y yo en Lüneburg. Quizás es que nuestras preocupaciones son similares, o nuestra forma de ver la realidad. O que desde nuestro prisma de escritores, aficionados pero escritores al fin y al cabo, traspasamos la pantalla de rayos x y vemos más allá del mero paisaje.

    En los breves momentos de descanso de los que he disfrutado durante estos días, básicamente en la hora de la comida, tocaba paseo por la pastelería local. Bäckerei, que llaman aquí. Y he recuperado momentos de la niñez, cuando el escaparate te devolvía imágenes nuevas, desconocidas, adornadas de colores sabrosos y prometedores, pero sin embargo pendientes de descubrir muchos de ellos. Balbuceando torpes palabras en alemán, como de niño en incipiente español, me dirigía a la amable custodia de tan dulce tesoro, aguardando el premio de hacerme entender.

    Llamó mi atención un pastel de mantequilla con crema de leche y almendras, no sé si por la esperanza de un sabor espectacular o por el tamaño respetable, y su precio, del mismo. Bitte, Butterküche mit Guss, me decido a pedir. Einmal? me pregunta la muchacha, que por el color de su piel parecía más española que germana. En vez de entender que me dice si quiero sólo uno, cómo para llevarse más estaba la cosa del precio y el tamaño, creo que me pregunta dónde me lo voy a comer y le digo que es para "to go". Me deja por imposible, y me coloca el trofeo, cuál presea olímpica, en una bandeja, protegida por una bolsita de papel, y me pide los tres cincuenta y cinco que vale el manjar. (En Alemania tres euros con cinco y cincuenta  céntimos, es que lo hablan al revés lo de los números) Tchüss...y para fuera con mi almuerzo.

Muestra del pedazo completo.

       La promesa que la vista hizo, la celebró el gusto que la esperaba ansioso. Realmente la repostería alemana es para disfrutarla día a día, no es tan de domingos y fiestas de guardar como la nuestra. Ojo, que a cada uno lo suyo, que la española no tiene parangón, pero descubrir lo bueno que los demás tienen, hace que veamos la vida...más dulce.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuaderno de bitácora XIII: Censura

El baúl de las palabras I: Retestero.

Cuaderno de bitácora XV: Mirando por la ventana