Patio de butacas I: Memorias de África

La vi dos veces seguidas, aprovechando la sesión continua que aún ofrecía el Cine Club Dehon.
Fue el personaje Denys Finch Hatton, Robert Reford, el que primero atrajo mi atención. Rebelde, libre, sin dejarse atar a nada ni a nadie, atraía, quizás por ello, a la intrépida y romántica Baronesa Blixen. Pero fue el vuelo sobre la tierra africana, el mayor regalo que, en palabras de Karen, le hicieron jamás, lo que me produjo una sensación sobrecogedora: como los vientos y corrientes que se aúnan en un punto para parir una tormenta perfecta, así los paisajes, la sensación de libertad, la brisa en el rostro, la banda sonora, los gestos emocionados de ella, se convocaron en esa breve escena tan simbólica, que hace que a partir de ese momento no sigas la historia con los mismos ojos.

Karen zozobra entre la superficialidad de su matrimonio y lo profundo de su relación con Denys. Para ella es un mundo nuevo, escuchar y ser escuchada. Ella tenía una granja en África, pero eso era lo de menos: sus kikuyu, sus massai, sus historias contadas a la luz de la lumbre, la música de Mozart, acabaron por envolverla de una espiritualidad con la que no había contado, y que perdería, repentinamente, con la muerte de Hatton.

El tren es un símbolo, y con un tren comienza la película. Vamos a recorrer un largo camino, el suyo desde la apariencia hacia lo trascendente. Empieza en un vagón y termina en una avioneta, sobrevolando la hermosa tierra africana.


No pudo atar a Denys a su lado. Él era indómito, libre, y deseaba esa misma libertad para ella. Cada vez que vuelvo a ver la película, además de sus impresionantes fotografía, banda sonora, interpretación, vestuario, y todo aquello tangible que podamos encontrar, vuelve a mi memoria, de África, aquella sensación que me inundó la primera vez: Libertad!!

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