Península poesía II (Confieso que he leído XV): El invierno a deshoras, Valeria Correa Fiz.

Llevaba tiempo sin leer poesía. Demasiado diría yo. Pero hace unos meses leí un libro de relatos de Valeria Correa Fiz, "La condición animal" que me gustó especialmente. A poco de terminar, llegó la noticia de la publicación de su poemario "El invierno a deshoras" lo que despertó mi curiosidad. ¿Porqué? Por varias razones: en primer lugar, me atraen los autores que compaginan la prosa con la poesía, siempre encuentras restos de una en la otra y viceversa, y ese mestizaje suele ofrecer piezas de especial belleza. Manuel Rivas, José Luis Ferris, Luisa Castro pueden ser algunos ejemplos válidos. Y en segundo lugar, porque me suele resultar muy atractiva la voz narrativa o poética de una mujer. Quizás sea por aquello de ser una voz "desde el otro lado" de mi propia sensibilidad, una visión diferente de la realidad y la fantasía.

     Y sí que fue muy distinta. Sentí como si mirara dentro de un espejo, tres metros más allá de su línea de reflejo, viendo la realidad, mi realidad, desde un punto de vista desconocido. Una poesía tan sincera, tan abrumadora, que por momentos tenía que aparcarla para asumir lo que estaba leyendo. Me ocurre con Valeria lo mismo que me sucede con Serrat, que parece que te está cantando sólo a ti, que eres el único destinatario de sus canciones. Y es que "El invierno a deshoras", con sus poemas tan extensos, más de lo que a mí me suele gustar, te invita a la conversación entre versos. Algunos se diría que son relatos disfrazados de poesía. Casi.

    Decía que prefiero la poesía corta, veinte, treinta versos a lo sumo. Pero tampoco es un dogma de fe. Ángel González o Pablo Neruda son dos de mis poetas favoritos y sus obras no son siempre un dechado de brevedad. En el otro extremo está mi querida Ada Salas, cuyos poemas son casi haikus. Valeria justifica la extensión de sus poemas con la sensibilidad que derrocha en ellos, la fuerza que comparte con el lector al que hace cómplice de sus vivencias.

   El primer poema me robó las armas. Me recordó por completo a mi admirada Marina Tsvietaieva. Esa prosa directa, hablándonos a los ojos, prometiéndote amor y afecto. Tendiéndote la mano.

"Voy a salvarte de todo
hasta de la aguja temible de ti mismo."

   Sé que la poesía no está de moda. Debería. Nos invita a la belleza, a la reflexión, a la felicidad de una lectura sin máscaras. Yo os invito a leer este "El invierno a deshoras".

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