Diario del Libro de Ramón I: Manos a la obra
Me da mucho miedo leerla, porque por aquello de la amistad, intuyo que el autor me preguntará la opinión. Siempre se me dieron mal las cortesías en esos trances y en caso de que me llegara a no gustar, algo que no creo que ocurra, sería incapaz de no decírselo.
La comienzo hoy. En Hamelín, tierra del flautista, una ciudad preñada de historias y leyendas. Como la ciudad donde transcurre su novela, Rabudo. Me temo que Ramón y yo tendremos algo en común cuando termine la novela que aún le debo a don Antonio Aranda, que en paz descanse. Ya hablaremos de eso.
No os voy a dar mi opinión aquí sobre lo que lea. Ni soy nadie para darla, ni me parecería educado hacerlo. Lo que sí que haré es contaros mis sensaciones, los estados de ánimo que despierte la historia, participaros de esos nervios de lector que, creo, todos sufrimos. O disfrutamos.
Y lo primero fue felicidad. La que me inyectó Ramón, como esa vacuna que tan de moda está, cuando me contó que estaba a punto de publicar una novela. Ando aún con la algarabía emocional de su anuncio, tanta, que por ella he demorado el comienzo de su lectura.
Os diré también dónde la leo. Su primer ojear, u hojear si preferís, fue en Novelda. La contraportada y poco más, ya os dije. Ahora la inicio en la mencionada Hamelín. Habrá más. Como decía Saramago, "vida habiendo y salud no faltando" os escribiré el fin de semana. Será el capítulo 2 de este diario.
Un abrazo, galeno.
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